30 dic 2013

Lo que le pido al día


There was a Little Magpie (1928), de Joan Miró
Lo que  al día le pido ya no es
que me cumpla los sueños, que me entregue
los deseos cumplidos de otros días,
porque al fin he aprendido que los sueños
son iguales que las alas de un insecto
y al tocarlos el hombre se deshacen;
y es que un sueño al cumplirse es otra cosa
que no ayuda a volar.

24 dic 2013

El Niño Jesús

La Virgen del Pez (c.a. 1513), de Rafael Sanzio
   «Bendito día de Nochebuena en que los pequeños con piernecitas saltarinas de impaciencia y ojos brillantes escuchan junto a la puerta cerrada detrás de la que se preparan maravillas relucientes y perfumadas, en que con gesto importante observan a la madre que asa el pescado de fiesta para la cena y, con viejas canciones en los frescos labios, corren brincando a donde está la abuelita que sueña sentada en el alto sillón de orejas junto al fuego parlanchín, y le besan las manos dulces y arrugadas.

14 dic 2013

Exilio de una soledad anhelada

   «Estaba harto de esta vigilancia ininterrumpida de los vecinos, de los compañeros, de sus niños, de su amante, de su esposa. “¿Dónde estabas? ¿Dónde vas? ¿Por qué haces esto y no lo otro? Venga, ¡respóndeme! ¿Por qué no dices nada? ¿En qué piensas? ¿En qué piensas ahora mismo? Dímelo, ¡dímelo!”
   Un día se encerró a cal y canto. Aporrearon su puerta. Calló. Le miraron por la ventana. Le miraron por la ventana. Corrió las cortinas. Taladraron un agujero en la puerta, y vio un ojo que lo observaba.
   Al día siguiente, a las cinco de la mañana, se puso un sombrero, cogió algunos libros y un paraguas. Después de caminar treinta y tres horas, se instaló en un paisaje vacío y amplio, donde no había nadie.

8 dic 2013

Bajo el dulce cielo de diciembre

«Rosa, divina rosa que te balanceas al viento, aún salpicada de la menuda lluvia nocturna. Eres feliz en tu placidez, sobre la frescura jugosa de tu tallo, bajo el dulce cielo de diciembre. Pero no tanto como yo. Tú no puedes mirarlo y yo sí. Si sus manos posaran en tu carnadura, no las reconocerías como yo, por su simple tacto. Si oyeras cerca de ti el latido de su corazón, no sabrías que es el suyo, como yo, por su solo golpe».


(STORNI, Alfonsina. Poemas de amor. 3ª ed. Madrid: Hiperión, 2003, p. 51). 

1 dic 2013

La ventana

Cuánta tristeza en una hoja del otoño,
Por el riachuelo, Otoño  (1885) 
de Paul Gauguin
dudosa siempre en último extremo si presentarse como cuchillo.
Cuánta vacilación en el color de los ojos
antes de quedar frío como una gota amarilla.
Tu tristeza, minutos antes de morirte,
sólo comparable con la lentitud de una rosa cuando acaba,
esa sed con espinas que suplica a lo que no puede,
gesto de un cuello, dulce carne que tiembla.
Eras hermosa como la dificultad de respirar en un cuarto cerrado.

24 nov 2013

El despertar de la palabra

Moebius Strip I  (1961),  de M.C. Escher
«Indecisa, apenas articulada, se despierta la palabra. No parece que vaya a orientarse nunca en el espacio humano, que va tomando posesión del ser que despierta lenta o instantáneamente. Pues que si el despertar se da en un instante, el espacio le acomete como si ahí le hubiese estado aguardando para definirle, para hacerle saber que es un ser humano sin más. Mientras el fluir temporal, en retraso siempre, se queda apegado al ser que despierta envuelto en su tiempo, en un tiempo suyo que guarda todavía sin entregarlo, el tiempo en el que ha estado depositado confiadamente.

8 nov 2013

Apariencia del viento

Como leve sonido:
Paisaje azul, (1904) 
de Paul Cézanne
hoja que roza un vidrio, 
agua que acaricia unas guijas, 
lluvia que besa una frente juvenil;

como rápida caricia: 
pie desnudo sobre el camino, 
dedos que ensayan el primer amor, 
sábanas tibias sobre el cuerpo solitario;

como fugaz deseo: 
seda brillante en la luz, 
esbelto adolescente entrevisto, 
lágrimas por ser más que un hombre;

2 nov 2013

La transformación en lector

   «Es bueno que ciertas cosas, que ya no pueden transformarse en otras, consten, simplemente, sin lamentar los hechos ni tampoco juzgarlos. Fue así que comprendí claramente que yo nunca sería un verdadero lector. Cuando era niño se me antojaba que la lectura era una profesión que debía ser asumida más tarde, un día, cuando llegara el momento de las profesiones, una tras otra. A decir verdad, no tenía una idea precisa de cuándo podría ocurrir esto. Confiaba en que se advertiría cuando la vida, en cierto modo, cambiara repentinamente y sólo le viniera a uno de afuera, así como antes surgía de adentro. [...]

27 oct 2013

Aquel rostro

   «El niño cambiaba, crecía. Una semana de indolencia bastaba para ablandarlo; una tarde de caza le devolvía su firmeza, su atlética rapidez. Una hora de sol lo hacía pasar del color del jazmín al de la miel. Las piernas algo pesadas del potrillo se alargaron; la mejilla perdió su delicada redondez infantil, ahondándose un poco bajo el pómulo saliente; el tórax henchido de aire del joven corredor asumió las curvas lisas y pulidas de una garganta de bacante. El mohín petulante de los labios se cargó de una ardiente amargura, de una triste saciedad. Sí, aquel rostro cambiaba como si yo lo esculpiera noche y día».


(YOURCENAR, Marguerite. Memorias de Adriano. 1ª ed., 21ª reimp. Barcelona: Edhasa, 1991, p. 131).

20 oct 2013

Otoño llameante


Otoño  (1896), de Alfons Mucha


El viento despierta,
barre los pensamientos de mi frente
y me suspende
en la luz que sonríe para nadie:
¡cuánta belleza suelta!
Otoño: entre tus manos frías
el mundo llamea.


Otoño

(1933)


Octavio Paz

3 oct 2013

Bajo este cielo desleído

   «No sé que suerte de inclemencia está cayendo a plomo sobre el paisaje. La carretera, con trazas y mañas de río, simula apacibles aguas cristalinas y se aleja bajo la llovizna. El esplendor de la hierba todavía no es más que una promesa bajo el cielo de mármol uniforme, sin mácula, sin una grieta de luz. Más allá de semejante atmósfera atribulada se esconden auroras radiantes y rosadas nubes de algodón.

28 sept 2013

¿De dónde se es?

Staroměstské náměstí v Praze - 
Plaza de la Ciudad Vieja de Praga


«No se es de un lugar porque en él se haya nacido, sino porque en él se haya prendida la mirada».


(ZAMBRANO, María. Algunos lugares de la pintura. Madrid: Espasa-Calpe, 1989, p. 259).

25 sept 2013

El brillo de las estrellas

La noche estrellada  (1889),  de Vincent van Gogh
«John Farmer estaba sentado a la puerta de su casa una tarde de septiembre, tras una dura jornada de trabajo, repasando en su espíritu, más o menos, la labor cumplida. Después de haberse dado un baño, fue a sentarse en paz para recrear su persona intelectual. Era un atardecer frío, y algunos de sus vecinos expresaron sus temores de una helada inminente. Poco llevaba dejándose conducir por el tren de sus pensamientos cuando oyó que alguien estaba tocando la flauta, sonido que tan bien armonizaba con su talante del momento.

13 sept 2013

En honor a Baco

En honor a Baco (1889)de Lawrence Alma-Tadema
   «Los banquetes y la bebida algo más licenciosa y aun llegando tal vez a la raya de la embriaguez (no de modo que nos anegue, sino que nos divierta), nos aligerarán los cuidados, sacando el ánimo de su encerramiento; porque como el vino cura algunas enfermedades, así también cura la tristeza.

1 sept 2013

Vladimír Holan


«Y siempre acontece lo inesperado. Tan inesperado como la presencia del poeta cada vez que se abre el libro... Su voz desconocida nítidamente se integraba en cada una de aquellas palabras suyas que penetraban en mí de modo imperioso, obligándome a seguirlas hasta el punto de no poder apearme del autobús, de no ver siquiera, detrás de los cristales, la corteza gris de los árboles y sus delgadas ramas porque en la página emergía su realidad insospechada.

11 ago 2013

La piel de Agosto

Paisaje estival (1902),  de Pablo Picasso
DESPACIO, Agosto en sus alondras, alza
–la piel de un monte espejo ante la luz
en vuelo al campo sobre el campo– un viento,
casi dormido cuerpo de Levante.
Lento, avisa un deseo a la mañana
del campo, el trigo iluminado al verla...
Agosto baja... El campo lo recibe...
¡La piel de Agosto es vuelo en las alondras!

19 jul 2013

La amistad del libro

Vilma leyendo un libro, de Tavik František Šimon
   «En la lectura, la amistad a menudo nos devuelve su primitiva pureza. Con los libros, no hay amabilidad que valga. Con estos amigos, si pasamos la velada en su compañía, es porque realmente nos apetece. A menudo tenemos que dejarlos contra nuestra voluntad. Y una vez nos hemos ido, ni sombra de esos pensamientos que echan a perder la amistad: ¿Qué habrán pensado de nosotros? – ¿No habremos estado faltos de tacto? – ¿Hemos gustado?, y el miedo a que prefieran a cualquier otro. Todos estos sobresaltos de la amistad, desaparecen en el umbral mismo de esta amistad pura y tranquila que es la lectura».


(PROUST, Marcel. Sobre la lectura. Valencia: Pre-textos, 1997, p. 54).



11 jul 2013

Atardecer

Las rosas de Heliogábalo (1888)de Lawrence Alma-Tadema
   «En los largos atardeceres del verano subíamos a la azotea. Sobre los ladrillos cubiertos de verdín, entre las barandas y paredones encalados, allá en un rincón, estaba el jazminero, con sus ramas oscuras cubiertas de menudas corolas blancas, junto a la enredadera, que a esa hora abría sus campanillas azules.

28 jun 2013

Segovia: lugar de la palabra

Alcázar de Segovia,  de Li-Shu Chen
   «Lo propio de una ciudad ha de ser algo que encierre una exigencia constante y que sea al par una dádiva. Un don de esos que obligan al que lo recibe sin que él se dé cuenta o sin que sea necesario que se la dé. Algo inmaterial y que se corporeiza, algo trascendente y que se convierte en pan de cada día. Algo que corresponde, que ha de corresponder, a los elementos esenciales que forman la figura, el cuerpo, la fisonomía de la ciudad.

22 jun 2013

¡Qué bello paisaje!

Paisajes de palabras:
los despueblan en mis ojos al leerlos.
No importa: los propagan mis oídos.
Brotan allá, en las zonas indecisas
del lenguaje, palustres poblaciones.
Son criaturas anfibias, son palabras.
Pasan de un elemento a otro,
se bañan en el fuego, reposan en el aire.
Están del otro lado. No las oigo, ¿qué dicen?
No dicen: hablan, hablan.



(PAZ, Octavio. Delta de cinco brazos. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 1998, p. 96).

16 jun 2013

Dios no escribe novelas

El acero (1928), de František Kupka
   «Sí, tal vez existiera ese universo invulnerable a los destructivos poderes del tiempo; pero era un helado museo de formas petrificadas, aunque fuesen perfectas, formas regidas y quizá concebidas por el espíritu puro. Pero los seres humanos son ajenos al espíritu puro, porque lo propio de esta desventurada raza es el alma, esa región desgarrada entre la carne corruptible y el espíritu puro, esa región intermedia en que sucede lo más grave de la existencia: el amor y el odio, el mito y la ficción, la esperanza y el sueño.

1 jun 2013

Un cuento a varias voces

El documental Un cuento a varias voces, realizado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) de México, recoge el espíritu, el alcance y la dimensión del programa Salas de Lectura, una acción puesta en marcha en este país latinoamericano hace más de quince años. Muestra algunas experiencias de promoción de la lectura en todas las edades. Experiencias en las que leer y vida van de la mano. 

El cortometraje recorre la geografía mexicana a través de los espacios de lectura en ciudades como Sinaloa, Oaxaca, Morelos, Sonora, Michoacán, Baja California, Campeche e Hidalgo. Son espacios diversos y personalizados como una casa, una vieja estación de ferrocarril, un centro cultural, un centro de readaptación y hasta un cementerio. También retrata un paisaje humano rico y diverso en el que mediadores jóvenes, adultos y mayores hacen posible la presencia de lecturas en comunidades empobrecidas. En ellas el libro es una puerta, una posibilidad de elevar expectativas, y un refuerzo de la autoestima de muchos niños, adolescentes y adultos que encuentran en estas Salas de lectura una oportunidad de encuentro con las letras y con los otros.


15 may 2013

Flor desde tu ausencia...


Ramas con flor de almendro (1890),  
de Vincent van Gogh
Una querencia tengo por tu acento,
una apetencia por tu compañía
y una dolencia de melancolía
por la ausencia del aire de tu viento.

Paciencia necesita mi tormento,
urgencia de tu garza galanía,
tu clemencia solar mi helado día,
tu asistencia la herida en que lo cuento.

¡Ay querencia, dolencia y apetencia!:
sus sustanciales besos, mi sustento,
me faltan y me muero sobre mayo.

Quiero que vengas, flor desde tu ausencia,
a serenar la sien del pensamiento
que desahoga en mí su eterno rayo. 


(HERNÁNDEZ, Miguel. El rayo que no cesa. 9ª ed. Madrid: Espasa-Calpe, 1978 , p. 37-38).

9 may 2013

Tratarse


You and me,  de Li-Shu Chen
«Es maravilloso el proceso de ir descubriendo cómo nos hacemos amigos de una persona. Luego, cuando pasa el tiempo, se recuerdan los momentos iniciales y cómo se fue produciendo aquel chispazo. El campo atractivo de la amistad forma una telaraña compleja en la que se cruzan y entremezclan, entran y salen, suben y bajan sentimientos, aspiraciones, deseos e ilusiones. Todo ello va a dar lugar a una tupida red de significados en la que el vaivén de los movimientos va a estar a la orden del día.

1 may 2013

El camino hacia la esencia de la vida


   «Fui a los bosques porque quería vivir con un propósito; para hacer frente sólo a los hechos esenciales de la vida, por ver si era capaz de aprender lo que aquélla tuviera por enseñar, y no por descubrir, cuando llegase mi hora, que no había siquiera vivido. No deseaba vivir lo que no es vida, ¡es tan caro el vivir!, ni practicar la resignación, a menos que fuera absolutamente necesario.

25 abr 2013

Escrutinio libresco

Vrindaban (1965),  de Octavio Paz
   «Causó risa al licenciado la simplicidad del ama y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.
   –No –dijo la sobrina–; no hay qué perdonar a ninguno porque todos han sido los dañadores; mejor será arrojadlos por las ventanas al patio y hacer un rimero dellos, y pegarles fuego; y si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo.

14 abr 2013

A las tres de la tarde de aquel 14 de abril


«El tranvía bajaba desde el Hipódromo bordeando el río de asfalto a la una de la tarde. Apenas algunas personas caminaban con el paso del que va a cumplir un encargo en silencio; no había grupos en los andenes y los cafés de Recoletos y la calle de Alcalá aparecían desiertos; el asfalto como un espejo reflejaba un cielo claro de primavera [...]. Siguió así el ambiente de la ciudad todo ese mediodía. Mas, a la una de la tarde la ciudad salió de su retiro; ya la calle de Alcalá iba llenándose de gentes que se juntaban en pequeños grupos, iban y volvían, revoloteaban, miraban a un lado y a otro, a ver si alguien llegaba, o si hacía su aparición.

8 abr 2013

Las aguas de abril


¡Abril las aguas mil las aguas llueve!
Fiel de un reflejo intemporal, el agua
Cruzó en la luz de un cielo sin espacio;
Entró en Abril de Abriles mil desnuda,
y al cielo limpio, Abril los cielos mil,
sus lunas va clavando en altas noches
que, en nubes mil, el cielo le devuelve
deshecho en flor –en nubes mil– de lluvia.

3 abr 2013

Amigo y enemigo


  «Recuerdo los primeros libros, pocos, que compré cuando era estudiante. Los coloqué en una pequeña repisa y todos los días me acercaba a mirarlos con ilusión. Me sentía orgulloso de poseer mis propios libros. Paulatinamente la repisa se fue llenando de volúmenes y tuve que comprar un pequeño mueble librería. Pronto fueron dos, después tres, finalmente diez. A pesar de ello, ideé un sistema que me permitía encontrar cualquier libro con los ojos cerrados. Más tarde me vi obligado a deshacerme de los muebles librería y a instalar un montón de estanterías que ocupaban tres de las cuatro paredes de mi estudio. Tuve que cambiar el sistema, y desde entonces pierdo a menudo horas enteras buscando un libro que sé con certeza que poseo. O está mal colocado, o (y esto es lo más frecuente) alguien me lo ha robado.

30 mar 2013

El pequeño seísmo

Lirios (1889),  de Vincent van Gogh
Ocurre un pequeño seísmo
cuando dices mi nombre.
Me elevas a la altura de tu boca
lentamente
para no deshojarme.
Tiemblo como si tuviera
quince años y toda la tierra
fuera leve.
¡Oh, inefable primavera!


(ANDRADE, Eugénio de. Los surcos de la sed. Madrid: Calambur, 2001, p. 29).

21 mar 2013

El origen de la primera palabra de un verso

Artes, Poesía (1898),  de Alfons Mucha
«Pues los versos no son, como la gente cree, sentimientos (se los tiene demasiado pronto) sino experiencias. Para escribir un solo verso es necesario ver muchas ciudades, hombres y cosas; es preciso conocer los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros y conocer qué movimiento hacen las pequeñas flores cuando se abren por la mañana. Es necesario poder pensar otra vez en los caminos de las regiones desconocidas, en encuentros azarosos y en separaciones largamente presentidas; en aquellos días de infancia cuyo secreto permanece oculto, en los padres a los que hacíamos daño cuando nos traían una alegría que no comprendíamos (era una alegría para otros); en las enfermedades de la infancia que comienzan singularmente con tan profundas y graves transformaciones; en los días pasados en habitaciones silenciosas y recogidas, y en las mañanas junto al mar; en el mar sobre todo, en los mares, en las noches de viaje que murmuraban allá en lo alto y volaban con todas las estrellas –y todavía tampoco alcanza saber pensar en todo esto–.

18 mar 2013

La indulgencia de Dios

Marguerite (1918),  de Guy Rose
   «En aquella época, tú y yo creíamos en Dios, en ese Dios que tantas gentes nos describen como si lo conocieran. Sin embargo, nunca hablabas de Él porque lo sentías presente. Se habla sobre todo de los que se ama cuando están ausentes. Tú vivías en Dios. Te gustaban, como a mí, los viejos libros de los místicos que parecen haber mirado la vida y la muerte a través de su cristal. Nos prestábamos libros. Los leíamos juntos, pero en voz alta, sabíamos demasiado bien que las palabras siempre rompen algo. Eran dos silencios acordes. Nos esperábamos al llegar al final de la página: tu dedo seguía los renglones de las oraciones empezadas como si se tratase de seguir un camino.

9 mar 2013

El mirlo


Alcanzando la primavera,  de Li-Shu Chen
  «Marzo anochece gris entre los olmos desnudos, aunque sobre la hierba, donde el asfodelo y el jacinto ya apuntan en sus tallos, están abiertas las corolas del azafrán, encendidas de color lo mismo que una mejilla fresca contra este aire punzante. Cerca, desde tal cima sin hoja o cual alero, echándose penas a la espalda, silba sentido e irónico algún mirlo.
   Tiene su cantar ahora la misma ligereza sin cansancio ni sombra que tuvo a la mañana, y al recogerse tras de la jornada volandera calla en su garganta la misma voz alegre de su despertar. Para él la luz del poniente es idéntica a la del oriente, su sosiego de plumas tibias ovilladas en el nido, idéntico a su vuelo de cruz loca por el aire, donde halla materia de tantas coplas silbadas.

3 mar 2013

En sí misma


Siempre
titubea una luz
que sólo se ve cuando                       
                                   no enciende nada,

como una desnudez
                        que se revelara en sí misma,
                                               no en los ojos de quien la mira.


(MUJICA, Hugo. Y siempre después del viento. Madrid: Visor, 2011, p. 62).

28 feb 2013

La Filosofía en la vida de cada hombre


Filosofía desde la Sala de la Signatura (1511)
de Rafael Sanzio
   «Cuando la Filosofía hace su historia suele olvidar desdeñosamente lo que deben los hombres a otros saberes nacidos más allá o más acá de ella. Lo que se debe, por ejemplo, a la poesía y a la novela. Tendría razón en ignorarlas y hasta en desdeñarlas si su existencia misma no las necesitara. La Filosofía no necesita supuestos –tal vez se así– para su ideal existencia, según ella misma establece. Pero si se la considera en la vida de cada hombre, los necesita más que cualquier otro género de conocimiento.

23 feb 2013

El sufrimiento de la vida

La vida  (1903)de Pablo Picasso
   «El atardecer era tibio y claro; el cielo había quedado limpio desde la mañana. Raskólnikov iba a su casa; tenía prisa. Quería acabarlo todo antes de que se pusiera el sol. No deseaba encontrarse con nadie hasta tenerlo todo arreglado. Al subir la escalera de su casa, se dio cuenta de que Nastasia, dejando el samovar que estaba preparando, le había mirado fijamente y le acompañaba con la vista. “¿No habría alguien en mi habitación?”, se preguntó. Pensó con desagrado en Porfiri. Pero al abrir la puerta de su cuchitril, vio a Dúnechka. Estaba sola, embebida en sus pensamientos; al parecer, hacía mucho rato que le esperaba. Raskólnikov se detuvo en el umbral. Dunia se levantó del diván, sobresaltada, e irguió la cabeza. Su mirada, fija, clavada en su hermano, reflejaba un sentimiento de horror y de aflicción abrumadoras. Esa mirada bastó a Raskólnikov para comprender que Dunia lo sabía todo».


(DOSTOIEVSKI, Fedor.  Crimen y castigo. Barcelona: Círculo de Lectores, 1984, p. 510-511).