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El oro del azur (1967), de Joan Miró |
«Huyendo de los cazadores una zorra y, considerándose ya perdida, suplicó a un leñador que la ocultase en su choza, a la cual accedió el hombre enseguida. No tardaron en llegar los cazadores y preguntando al leñador si había visto a una zorra, contestó que no, pero al mismo tiempo les señalaba con las manos y les guiñaba con los ojos el sitio en que estaba oculta. Los cazadores no comprendieron, sin embargo, sus señas, y se fueron, lo cual visto por la zorra salió de su escondrijo y pasó por delante del leñador sin decirle palabra.
- ¿Cómo es esto? –exclamó el leñador–, ¿acabo de salvarte la vida y ni tan siquiera me das las gracias?
- ¡Ay, amigo! –respondió la zorra–, si tus manos, tus ademanes y tus obras fuesen tan buenos como tus palabras, seguramente merecerías que te las diera cumplidas».
Quien mezcla las obras buenas con las malas, hace mal siempre.
(ESOPO. Fábulas. [San Salvador?: s.n., s.a., p. 21-22).