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15 nov 2024

Soportes de escritura

Lo que escribes con tinta,
con pequeñas letras negras,
puede perderse enteramente
por la acción de una sola
gota de agua.
Pero lo que está escrito
en tu corazón
está allí
por
toda la eternidad.



(Cuentos populares tibetanos. Palma de Mallorca: José J. de Olañeta, 1986, p. 39).

6 ago 2024

Quehacer estival

Huerto con asno (1918), de Joan Miró
«Esos días veraniegos que algunos de mis contemporáneos dedicaban a las bellas artes en Boston o en Roma, y otros a la contemplación en la India, si no al comercio en Londres o en Nueva York, yo los dediqué, como tantos otros granjeros de Nueva Inglaterra, a las faenas del campo. No es que necesitara judías para comer, pues soy de natural pitagórico en lo que a ellas, sea en forma de puré o como a medio sufragista, se refiere, de modo que las cambiaba por arroz. Acaso fuera porque alguien debe trabajar en el campo, aunque sólo sea para propiciar un día tropos y expresiones de algún pergeñador de parábolas. Era, en definitiva, un entretenimiento insólito, que de prolongarse demasiado podía acabar en disipación».



(THOREAU, Henry David. Walden o la vida en los bosques. Barcelona: Juventud, 2010, p. 203-204).

25 may 2024

Del otro lado del arroyo

El pequeño arroyo (1890), de Vincent van Gogh
«Dos monjes que regresaban a su casa llegaron a un vado donde encontraron a una hermosa niña que no se atrevía a cruzarlo temerosa de mojar sus mejoras ropas. El primer monje, casi sin detenerse, la alzó en sus brazos y la llevó hasta el otro lado. La niña se lo agradeció y los dos hombres siguieron su camino. Después de recorrer tres kilómetros el otro monje, sin poder contenerse más, exclamó: “¿Cómo pudiste hacer eso, tomar a una niña en tus brazos? Conoces bien las Reglas…” y otras cosas por el estilo. Respondió el primer monje con una sonrisa. “Debes estar cansado, habiendo cargado con la niña todo este tiempo. Yo la dejé del otro lado del arroyo”».


(HUMPHREYS, C. La búsqueda interior. Buenos Aires: Lidium, 1984, p. 83).

5 sept 2023

La zorra y los cazadores

El oro del azur (1967),
de Joan Miró
«Huyendo de los cazadores una zorra y, considerándose ya perdida, suplicó a un leñador que la ocultase en su choza, a la cual accedió el hombre enseguida. No tardaron en llegar los cazadores y preguntando al leñador si había visto a una zorra, contestó que no, pero al mismo tiempo les señalaba con las manos y les guiñaba con los ojos el sitio en que estaba oculta. Los cazadores no comprendieron, sin embargo, sus señas, y se fueron, lo cual visto por la zorra salió de su escondrijo y pasó por delante del leñador sin decirle palabra.

- ¿Cómo es esto? –exclamó el leñador–, ¿acabo de salvarte la vida y ni tan siquiera me das las gracias?

- ¡Ay, amigo! –respondió la zorra–, si tus manos, tus ademanes y tus obras fuesen tan buenos como tus palabras, seguramente merecerías que te las diera cumplidas».

Quien mezcla las obras buenas con las malas, hace mal siempre.


(ESOPO. Fábulas. [San Salvador?: s.n., s.a., p. 21-22).

6 sept 2022

El meollo de la vida

El bote blanco (1905) de Joaquín Sorolla.
«Ficciones y delirios son tomados por sólidas verdades mientras que la realidad se nos antoja fabulosa. Si los hombres contemplaran sólo realidades y se sustrajeran al engaño, la vida, comparándola con lo que conocemos, sería como un cuento de hadas, algo digno de Las mil y una noches. Si respetáramos solamente lo que es inevitable y tiene derecho a ser, la música y la poesía resonarían por las calles. Cuando actuamos sin prisas y con prudencia, nos damos cuenta de que sólo lo grande y valioso posee existencia permanente y absoluta y de que las cuitas y placeres vanos no son sino sombra de la realidad. Ello resulta estimulante, sublime. Cerrando los ojos y dormitando, en cambio, dejando que las apariencias les engañen, los hombres establecen y confirman por doquier su vida diaria de rutina y hábito sobre bases puramente ilusorias. Los niños, que juegan a la vida, disciernen su verdadera ley y relaciones con más claridad que los adultos, quienes no logran vivirla dignamente, pero se creen más sabios por su experiencia, es decir, por sus fracasos».


(THOREAU, Henry David. Walden o la vida en los bosques. Barcelona: Juventud, 2010, p. 125).

20 jul 2022

El camino no elegido

Dos caminos se abrían en un bosque amarillo,
y triste por no poder caminar por los dos,
y por ser un viajero tan solo, un largo rato
me detuve, y puse la vista en uno de ellos
hasta donde al torcer se perdía en la maleza.

Después pasé al siguiente, tan bueno como el otro,
posiblemente la elección más adecuada
pues lo cubría la hierba y pedía ser usado;
aunque hasta allí lo mismo a cada uno
los había gastado el pasar de las gentes,

y a ambos por igual los cubría esa mañana
una capa de hojas que nadie había pisado.
¡Ah! ¡El primero dejé mejor para otro día!
Aunque tal y como un paso aventura el siguiente,
Dudé si alguna vez volvería a aquel lugar.

Seguramente esto lo diré entre suspiros
en algún momento dentro de años y años:
dos caminos se abrían en un bosque, elegí…
elegí el menos transitado de ambos,
y eso supuso toda una diferencia.

17 dic 2021

Teología 1


El ángel caído (1847), de Alexander Cabanel
«El catecismo me enseñó, en la infancia, a hacer el bien por conveniencia y a no hacer el mal por miedo. Dios me ofrecía castigos y recompensas, me amenazaba con el infierno y me prometía el cielo; y yo temía y creía. Han pasado los años. Yo ya no temo ni creo. Y en todo caso, pienso, si merezco ser asado en la parrilla, a eterno fuego lento, que así sea. Así me salvaré del purgatorio, que estará lleno de horribles turistas de la clase media; y al fin y al cabo, se hará justicia. 

31 oct 2021

Filiación

Desnudo azul (1902), de Pablo Picasso
«En lo que soy, lo valioso se me dio como regalo. Logré otras cosas esforzándome, claro está, como cualquier hijo de vecino. Fui poniendo un pie delante de otro para recorrer largos trayectos, sucedieron encuentros que me transformaron, viví el paraíso de un cuerpo acogido por otro cuerpo, compartí el viático, dije y me desdije, trimaté la faena que no era capaz de rematar, escapé de asaltantes que a gusto me hubieran desposeído del saquito de sal. Pero al lugar esencial no tuve que llegar: si era accesible, es que ya estaba ahí.

Más que hijo de mis obras, soy hijo de lo que se me regaló y sobrino de lo que me fue encomendado. Y –siempre– mendigo de mi mejor saber».



(RIECHMANN, Jorge. Conversaciones entre alquimistas. 2ª ed. Barcelona: Tusquets, 2008, p. 25-27).

28 sept 2019

Un templo llamado hombre

El arte de la pintura  (c.a. 1666-1668),  
de Johannes Vermeer
«Todo hombre es constructor de un templo, que es su cuerpo, para el Dios al que adora; el estilo es propio, y no es martilleando el mármol como habrá de cumplir. Todos somos escultores y pintores, y el material de que hacemos uso es nuestra propia carne, nuestra sangre y nuestros huesos. La menor nobleza refina ya los rasgos del hombre; la bajeza y la sensualidad los embrutecen».

THOREAU, Henry David. Walden o la vida en los bosques. Barcelona: Juventud, 2010, p. 275-276).

4 sept 2018

Algunos principios vitales


A garden (1869),  de Albert Joseph Moore
«Por mediocre que sea vuestra vida, hacedle frente y vividla; no la esquivéis ni la denostéis. No es tan mala como vosotros mismos. Parece tanto más pobre cuanto mayor es vuestra riqueza. El buscador de defectos los halla incluso en el paraíso. Amad vuestra vida, por pobre que sea. Es posible vivir unas horas amables, emocionantes y gloriosas hasta en un asilo. El sol que se pone se refleja con igual esplendor en las ventanas del hospicio que en las del rico, y la nieve se funde frente a ambas puertas, llegada la primavera. No veo por qué una mente serena no ha de poder hallar tanta satisfacción y gozar de pensamientos tan estimulantes allí como en un palacio. A menudo nos parece que son los pobres del pueblo quienes viven de la manera más independiente, quizá porque son lo suficientemente nobles para recibir sin escrúpulos. En su mayoría piensan que se hallan por encima de ser mantenidos por el pueblo; pero ocurre con frecuencia que no se sienten por encima de automantenerse por medios ilícitos, lo cual debiera ser menos decoroso. Cuidad la pobreza como una hierba, como salvia. No os intereséis demasiado por adquirir cosas nuevas, sea vestidos o amigos. Remozad los gastados; volved a los viejos. Las cosas no cambian; somos nosotros los que cambiamos. Vended vuestras ropas y conservad vuestras ideas».


(THOREAU, Henry David. Walden o la vida en los bosques. Barcelona: Juventud, 2010, p. 401).