Librería
El Péndulo (México D.F.)
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«Aureliano se
fue, y no volvió a salir ni siquiera por curiosidad cuando oyó el rumor de los
funerales solitarios. A veces, desde la cocina, veía a José Arcadio deambulando
por la casa, ahogándose en una respiración anhelante, y seguía escuchando sus
pasos por los dormitorios en ruinas después de la medianoche. No oyó su voz en
muchos meses, no sólo porque José Arcadio no le dirigía la palabra, sino porque
él no tenía deseos de que ocurriera, ni tiempo de pensar en nada distinto de
los pergaminos. A la muerte de Fernanda, había sacado el penúltimo pescadito y
había ido a la librería del sabio catalán, en busca de los libros que le hacían
falta.