«Recuerdo
los primeros libros, pocos, que compré cuando era estudiante. Los coloqué en
una pequeña repisa y todos los días me acercaba a mirarlos con ilusión. Me
sentía orgulloso de poseer mis propios libros. Paulatinamente la repisa se fue
llenando de volúmenes y tuve que comprar un pequeño mueble librería. Pronto
fueron dos, después tres, finalmente diez. A pesar de ello, ideé un sistema que
me permitía encontrar cualquier libro con los ojos cerrados. Más tarde me vi
obligado a deshacerme de los muebles librería y a instalar un montón de
estanterías que ocupaban tres de las cuatro paredes de mi estudio. Tuve que
cambiar el sistema, y desde entonces pierdo a menudo horas enteras buscando un
libro que sé con certeza que poseo. O está mal colocado, o (y esto es lo más
frecuente) alguien me lo ha robado.
Durante mucho tiempo fue para mi motivo de
orgullo poseer una biblioteca bien sistematizada, y, salvo contadas
excepciones, no tener que recurrir a una biblioteca pública, ni quisiera cuando
me aventuraba en campo tan ajeno a mí como la astrología o cuando tenía que
resolver un crucigrama. Últimamente la situación ha cambiado y me horroriza
pensar que voy a recibir todavía más libros. Sé que no encontraré espacio para
ellos. En los rincones de mi estudio y sobre mi mesa de trabajo se amontonan en
un caos total. He llevado a cabo varias operaciones de limpieza, regalando o
vendiendo los libros que sabía no iba a volver a abrir. Pero entonces se
produce un curioso fenómeno: a los pocos días necesito precisamente estos
libros de lo que me he deshecho. A estas alturas soy consciente de que no hay
escapatoria. No tengo otro remedio que contemplar pasivamente como mis queridos
libros me van expulsando de mi casa.
De los libros se puede afirmar lo mismo que
de todos aquellos objetos cuya cantidad sobrepasa la medida de lo soportable:
ya sean los coches en la calle, los vestidos en el ropero o las estrellas en el
cielo. Estos amigos, que hemos acariciado alegremente con la mirada, se
transforman en enemigos que intentan enterrarnos bajo su peso».
(KLÍMA, Iván y BUCHHOLZ, Quint. El libro de los libros: historias de
imágenes. Madrid: Lumen, 1998, p. 101-103).
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