«Recuerdo
los primeros libros, pocos, que compré cuando era estudiante. Los coloqué en
una pequeña repisa y todos los días me acercaba a mirarlos con ilusión. Me
sentía orgulloso de poseer mis propios libros. Paulatinamente la repisa se fue
llenando de volúmenes y tuve que comprar un pequeño mueble librería. Pronto
fueron dos, después tres, finalmente diez. A pesar de ello, ideé un sistema que
me permitía encontrar cualquier libro con los ojos cerrados. Más tarde me vi
obligado a deshacerme de los muebles librería y a instalar un montón de
estanterías que ocupaban tres de las cuatro paredes de mi estudio. Tuve que
cambiar el sistema, y desde entonces pierdo a menudo horas enteras buscando un
libro que sé con certeza que poseo. O está mal colocado, o (y esto es lo más
frecuente) alguien me lo ha robado.