Albrecht von Wallenstein
|
«El
viaje empezó a resultarle largo.
Tras un cuarto de hora, Waldstein se dio
cuenta con asombro de que ya no avanzaban sobre las piedras de las calles de
Praga, sino por una carretera reblandecida por la lluvia, a campo traviesa. El
hombre que se hallaba sentado a su lado sin pronunciar palabra abrió entonces
una de las ventanas del coche. Notó la fresca brisa otoñal y percibió el olor a
tierra mojada. De un bosque cercano les llegó el susurro del viento y el grito
de una lechuza. Parecía que se acercaban a una aldea o a una hacienda, pues se
oía el ladrido de unos perros y el mugir de las vacas. Era una aldea. Al pasar
oyeron una melodía procedente de un mesón, un violín y una gaita.