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21 mar 2018

Poesía con nombres

Poesía desde la Sala de la Signatura,  (1511)
de Rafael Sanzio 
La poesía señores
no sólo está en los libros imprimamos
en el aire

el aire es el papel más transparente.



(OTERO, Blas de. Poesía con nombres. Madrid: Alianza Editorial, 1983, p. 71).

30 oct 2015

La memoria: primera revelación

La Escuela de Atenas (1511), de Rafael Sanzio
            «Y somos así, opacos a nosotros mismos en esa primera, espontánea forma de conocimiento en que ni siquiera pretendemos conocernos, que es la memoria. La memoria, primera revelación, ineludible de la persona. ¿Por qué este tener presente nuestra vida pasada, aunque los recuerdos concretos desaparezcan? La memoria está siempre ahí, viviente; no descansa.

24 dic 2013

El Niño Jesús

La Virgen del Pez (c.a. 1513), de Rafael Sanzio
   «Bendito día de Nochebuena en que los pequeños con piernecitas saltarinas de impaciencia y ojos brillantes escuchan junto a la puerta cerrada detrás de la que se preparan maravillas relucientes y perfumadas, en que con gesto importante observan a la madre que asa el pescado de fiesta para la cena y, con viejas canciones en los frescos labios, corren brincando a donde está la abuelita que sueña sentada en el alto sillón de orejas junto al fuego parlanchín, y le besan las manos dulces y arrugadas.

28 feb 2013

La Filosofía en la vida de cada hombre


Filosofía desde la Sala de la Signatura (1511)
de Rafael Sanzio
   «Cuando la Filosofía hace su historia suele olvidar desdeñosamente lo que deben los hombres a otros saberes nacidos más allá o más acá de ella. Lo que se debe, por ejemplo, a la poesía y a la novela. Tendría razón en ignorarlas y hasta en desdeñarlas si su existencia misma no las necesitara. La Filosofía no necesita supuestos –tal vez se así– para su ideal existencia, según ella misma establece. Pero si se la considera en la vida de cada hombre, los necesita más que cualquier otro género de conocimiento.

24 dic 2011

Noche Santa

La Sagrada Familia con el cordero (1507), de Rafael Sanzio
   «–Me extraña tu modo de ser –gritó la señora Dina–. Si fuera gente decente habría ido a casa del alcalde y no mendigando por ahí... ¿Por qué no los han albergado los de Simón? ¿Por qué hemos de aceptarlos nosotros sin más ni más? ¿Acaso somos peores que los de Simón? Yo sé muy bien lo que ocurre... La mujer de Simón no metería en su casa a unos vagabundos. Me sorprende que te rebajes de ese modo, hombre, y sin saber con quién.
   –¡No grites! –gruñó el viejo Isacar–. ¡Te van a oír!
  –¡Que me oigan! –contestó la señora Dina, alzando la voz todavía más–. ¡Eso faltaría! ¡Que no pudiera gritar en mi propia casa! ¡Que por culpa de unos vagabundos tuviera que cerrar el pico! ¿Los conoces? ¿Los conoce alguien? Él te dice: “Esta es mi mujer”. Eso que se lo cuenten a otro. ¡Como si yo no supiera cómo van las cosas entre esta gente...! ¿No te da vergüenza dejar entrar algo así en tu casa?