La dama de Shalott (1888), de John William Waterhouse
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Olvido de los nombres de la costumbre,
de las muescas del recuerdo.
Perdido en el hueco de las cosas,
en la perfección de la flor.
Encuentros
que dejan señal,
o tal vez sentimientos
que abaten torres, que golpean
las paredes del sueño.
¿De dónde los signos, que a su nombre
vida añadieron?
¿De qué manera nos fue dado
reconstruir los fundamentos
de tan despoblada arquitectura
si no tenemos
conciencia clara
de donde caernos muertos?