Mostrando entradas con la etiqueta Narrativa rusa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Narrativa rusa. Mostrar todas las entradas

23 feb 2013

El sufrimiento de la vida

La vida  (1903)de Pablo Picasso
   «El atardecer era tibio y claro; el cielo había quedado limpio desde la mañana. Raskólnikov iba a su casa; tenía prisa. Quería acabarlo todo antes de que se pusiera el sol. No deseaba encontrarse con nadie hasta tenerlo todo arreglado. Al subir la escalera de su casa, se dio cuenta de que Nastasia, dejando el samovar que estaba preparando, le había mirado fijamente y le acompañaba con la vista. “¿No habría alguien en mi habitación?”, se preguntó. Pensó con desagrado en Porfiri. Pero al abrir la puerta de su cuchitril, vio a Dúnechka. Estaba sola, embebida en sus pensamientos; al parecer, hacía mucho rato que le esperaba. Raskólnikov se detuvo en el umbral. Dunia se levantó del diván, sobresaltada, e irguió la cabeza. Su mirada, fija, clavada en su hermano, reflejaba un sentimiento de horror y de aflicción abrumadoras. Esa mirada bastó a Raskólnikov para comprender que Dunia lo sabía todo».


(DOSTOIEVSKI, Fedor.  Crimen y castigo. Barcelona: Círculo de Lectores, 1984, p. 510-511).

13 sept 2012

Svidrigáilov


Spirals  (1953)de M.C. Escher
   «Raskólnikov no había tenido tiempo de abrir los ojos del todo y volvió a cerrarlos un instante. Estaba acostado sobre la espalda y no se movió. “¿Continúo soñando?”, pensó. Y volvió a levantar las pestañas, insensiblemente, para mirar; el desconocido seguía de pie en el mismo sitio y no había dejado de contemplarle. De pronto, aquel hombre cruzó el umbral con cautela, cerró la puerta tras él, con sumo cuidado, se acercó a la mesa, esperó un minuto, poco más o menos –mientras tanto no apartó la vista de Raskólnikov–, y sin hacer ruido, se sentó en la silla, junto al sofá; dejó el sombrero en el suelo, a su lado; se apoyó con ambas manos en el bastón y posó la barbilla en las manos.

24 feb 2012

No hay casualidad, sino estricta casualidad


«–El asesino ha de ser uno de los que llevaban objetos a empeñar, no hay duda –afirmó convencido Zosímov.

–Forzosamente, uno de los que iban a empeñar –asintió Razumijin–. Porfiri no deja entrever lo que piensa, pero a los que llevaban objetos a empeñar los interroga.
–¿Interroga a los que empeñaban? –preguntó Raskólnikov en voz alta.
–Sí, ¿y qué?
–Nada.
–¿Y cómo sabe quiénes son? –preguntó Zosímov.
–A unos los ha indicado Koj, otros tenían el nombre escrito en los papeles que envolvían los objetos empeñados, otros se presentaron no bien oyeron...

8 oct 2011

¿Cuánta tierra necesita un hombre?


   «Pajom, el dueño de la casa, estaba tumbado en lo alto de la estufa y escuchaba lo que decían las mujeres.
   Es la pura verdad – exclamó. Ocupados desde pequeños en cultivar a nuestra madre tierra, no tenemos tiempo de pensar siquiera en tonterías. ¡La única pena es que disponemos de poca tierra! ¡Si tuviera toda la que quisiera, no tendría miedo a nadie, ni siquiera del diablo!
   Las mujeres acabaron de beber el té, charlaron un rato de vestidos, recogieron la vajilla y se fueron a la cama.
   El diablo se había sentado detrás de la estufa y lo había escuchado todo. Se había alegrado de que la mujer del campesino hubiera inducido a su marido a alabarse: se había jactado de que, si tuviera mucha tierra, no temería ni siquiera al diablo.
   De acuerdo – pensó el diablo. Haremos una apuesta tú y yo: te daré mucha tierra y gracias a ella te tendré en mi poder».


(TOLSTÓI, Lev. ¿Cuánta tierra necesita un hombre? Madrid: NordicaLibros, 2011, p. 13).