«Deslumbrada por tantas y tan maravillosas
invenciones, la gente de Macondo no sabía por dónde empezar a asombrarse. Se
trasnochaban contemplando las pálidas bombillas eléctricas alimentadas por la
planta que llevó Aureliano Triste en el segundo viaje del tren, y a cuyo
obsesionante tumtun costó tiempo y trabajo acostumbrarse. Se indignaron con las
imágenes vivas que el próspero comerciante don Bruno Crespi proyectaba en el
teatro con taquillas de bocas de león, porque un personaje muerto y sepultado
en una película, y por cuya desgracia se derramaron lágrimas de aflicción,
reapareció vivo y convertido en árabe en la película siguiente. El público que
pagaba dos centavos para compartir las vicisitudes de los personajes, no pudo soportar
aquella burla inaudita y rompió la silletería.