«Hay cosas que uno debe apresurarse a contar
antes de que nadie le pregunte.
Cuando, después de mucho torturar el
párrafo, Luys Forest lo dio finalmente por bueno, advirtió que no llevaba
agenda ni bolígrafo. Prosiguió su paseo por la playa cojeando levemente,
golpeando conchas con el bastón, tras el perro ansioso que husmeaba
corrupciones. En la concavidad vertiginosa de las olas que avanzaban hasta
desplomarse, giraban algas muertas y el último reflejo del poniente.