Aurora, mediodía, atardecer y crepúsculo (1979), de Salvador Dalí |
«Nueve días estuvo esperando su turno. Cada madrugada, al azar, como recuas, un grupo de prisioneros era obligado a formar en el hangar y conducido, de a dos en fondo, hasta unos camiones que se perdían ruidosamente en un paisaje tibio y desolado. Pocos se despedían. Los más se iban en silencio. Es probable que a Alegría, acostumbrado a observar a su enemigo, la muerte sin aspavientos le resultara familiar, pero la vida aprisionada en la casualidad de estar o no estar en el rincón elegido para designar los muertos debió resultarle insoportable. Alegría rechazaba el azar, necesitaba el orden.
(MÉNDEZ, Alberto. Los girasoles ciegos. Barcelona: Anagrama, 2008, p. 29-30).