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5 abr 2023

La experiencia de la lectura

«Es bueno que ciertas cosas, que ya no puedan transformarse en otras, consten, simplemente, sin lamentar los hechos ni tampoco juzgarlos. Fue así que comprendí claramente que yo nunca sería un verdadero lector. Cuando era niño se me antojaba que la lectura era una profesión que debía ser asumida más tarde, un día, cuando llegara el momento de las profesiones, una tras otra. A decir verdad, no tenía una idea precisa de cuándo podría ocurrir esto. Confiaba en que se advertiría cuano la vida, en cierto modo, cambiara repentinamente y sólo le viniera a uno de fuera, así como antes surgía de adentro.

6 sept 2022

El meollo de la vida

El bote blanco (1905) de Joaquín Sorolla.
«Ficciones y delirios son tomados por sólidas verdades mientras que la realidad se nos antoja fabulosa. Si los hombres contemplaran sólo realidades y se sustrajeran al engaño, la vida, comparándola con lo que conocemos, sería como un cuento de hadas, algo digno de Las mil y una noches. Si respetáramos solamente lo que es inevitable y tiene derecho a ser, la música y la poesía resonarían por las calles. Cuando actuamos sin prisas y con prudencia, nos damos cuenta de que sólo lo grande y valioso posee existencia permanente y absoluta y de que las cuitas y placeres vanos no son sino sombra de la realidad. Ello resulta estimulante, sublime. Cerrando los ojos y dormitando, en cambio, dejando que las apariencias les engañen, los hombres establecen y confirman por doquier su vida diaria de rutina y hábito sobre bases puramente ilusorias. Los niños, que juegan a la vida, disciernen su verdadera ley y relaciones con más claridad que los adultos, quienes no logran vivirla dignamente, pero se creen más sabios por su experiencia, es decir, por sus fracasos».


(THOREAU, Henry David. Walden o la vida en los bosques. Barcelona: Juventud, 2010, p. 125).

21 jun 2022

Paraíso en la infancia

Cuentos de la selva (1895),  de James Jebusa Shannon 
«Tú, que lees este libro, has vivido durante algunos años en un mundo oral. Desde tus balbuceos con lengua de trapo hasta que aprendiste a leer, las palabras solo existían en la voz. Encontrabas por todas partes los dibujos mudos de las letras, pero no significaban nada para ti. Los adultos que controlaban el mundo, ellos sí, leían y escribían. Tú no entendías bien qué era eso, ni te importaba demasiado porque no entendías bien qué era eso, ni te importaba demasiado porque te bastaba hablar. Los primeros relatos de tu vida entraron por las caracolas de tus orejas; tus ojos aún no sabían escuchar. Luego llegó el colegio: los palotes, los redondeles, las letras, las sílabas. En ti se ha cumplido a pequeña escala el mismo tránsito que hizo la humanidad desde la oralidad a la escritura.

Mi madre me leía libros todas las noches, sentada en la orilla de mi cama. Ella la rapsoda; yo, su público fascinado. El lugar, la hora, los gestos y los silencios eran siempre los mismos, nuestra íntima liturgia. Mientras sus ojos buscaban el lugar donde había abandonado la lectura y luego retrocedían unas frases atrás para recuperar el hilo de la historia, la suave brisa del relato se llevaba todas las preocupaciones del día y los miedos intuidos de la noche. Aquel tiempo de lectura me parecía un paraíso pequeño y provisional –después he aprendido que todos los paraísos son así, humildes y transitorios–».


(VALLEJO, Irene. El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo. 11ª ed. Madrid: Siruela, 2020, p. 98-99).

31 mar 2022

Memoria olvidadiza



«Todas las personas mayores fueron al principio niños (aunque pocas de ellas lo recuerdan)». Comienzo de ‘El Principito’🌠, de Antoine de Saint-Exupéry.

 

7 nov 2021

El descubrimiento de la lectura

«Después de haber relatado aquí unos recuerdos más o menos inconexos, quisiera consignar el milagro trivial, del que uno no se da cuenta hasta después de que ha pasado: el descubrimiento de la lectura. El día en que los veintiséis signos del alfabeto dejan de ser trazos incomprensibles, ni siquiera bonitos, en fila sobre un fondo blanco, arbitrariamente agrupados y cada uno de los cuales constituye, en lo sucesivo, una puerta de entrada, a otros siglos, a otros países, a multitud de seres más numerosos de los que veremos en toda nuestra vida, a veces a una idea que cambiará las nuestras, a una noción que nos hará un poco mejores o, al menos, un poco menos ignorantes que ayer. Yo nunca tuve libros para niños. Los tomos rosas y dorados de la condesa de Segur me parecían llenos de tonterías e incluso de bajeza: historias contadas por un adulto que calumniaba e idiotizaba a los niños. Jules Verne me aburría; quizá sólo gustara a los chicos.

8 sept 2021

La lectura en la infancia


La lectura (1932),  de Pablo Picasso
«No hay quizás días de nuestra infancia que hayamos vivido tan plenamente como los que hemos creído pasar sin vivirlos, aquellos que hemos pasado con un libro preferido. ¿Quién no recuerda como yo esas lecturas hechas en tiempo de vacaciones, que íbamos a esconder sucesivamente en todas esas horas del día que eran bastante apacibles e inviolables para poder darles asilo? Por la mañana, al volver del parque, cuando todos se habían marchado a dar un paseo, yo me metía en el comedor, donde, hasta la hora todavía lejana de la comida, no entraría nadie más que la vieja Felicia, relativamente silenciosa, y donde no tendría por compañeros, muy respetuosos con la lectura, sino los platos pintados que estaban colgados en la pared, el calendario, cuya hoja del día anterior había sido arrancada recientemente, el reloj de péndulo y el fuego, que hablan sin pedir que se les conteste y cuyas dulces frases vacías de sentido no vienen como las de los hombres, a sustituir, con uno diferente, el de las palabras que leéis».


(RUSKIN, John. Sésamo y lirios: ensayos sociales. Buenos Aires: Espasa-Calpe, 1950, p. 9-10).

8 jul 2021

Los dos estados más profundos

Castillo y sol (1928), de Paul Klee
«Cuanto más envejezco yo misma, más constato que la infancia y la vejez no sólo se juntan sino que son también los dos estados más profundos que nos es dado vivir. La esencia de un ser se revela en ellos, antes o después de los esfuerzos, aspiraciones y ambiciones de la vida. El rostro liso de Michel niño y el rostro surcado de arrugas del viejo Michel se parecen, lo que no siempre sucedía con sus caras intermedias de la juventud y la edad madura. Los ojos del niño y los del viejo miran con el tranquilo candor de quien aún no ha entrado en el baile de máscaras, o bien de quien ha salido ya. Y todo el intervalo parece un tumulto vano, una agitación en el vacío, un caos inútil, y uno se pregunta por qué ha tenido que pasar por él». 
 

(YOURCENAR, Marguerite. El laberinto del mundo. Madrid: Alfaguara, 2012, p. 413).

24 may 2019

Recuerdos de una infancia

   «Mas no vayamos demasiado aprisa: rodaríamos sin querer por la cuesta que nos devuelve al presente. Contemplemos más bien ese mundo en donde el hombre no estorba todavía, esas pocas leguas de bosque cortado por algunas landas, que se extienden casi sin interrupción desde Portugal hasta Noruega, desde las dunas hasta las futuras estepas rusas. Recreemos dentro de nosotros ese océano verde –no inmóvil, como lo son las tres cuartas partes de nuestras reconstrucciones del pasado–, sino moviéndose y cambiando en el transcurso de las horas, de los días y de las estaciones, que fluyen sin haber sido computados por nuestros calendarios ni por nuestros relojes. Contemplemos cómo enrojecen en otoño los árboles de hoja caduca, y cómo mecen los abetos en primavera sus hojas recientes, cubiertas aún de una delgada cápsula parda. Bañémonos en ese silencio casi virgen de ruidos de voces y herramientas humanas, sólo interrumpido por los cantos de los pájaros o su llamada de aviso cuando algún enemigo, ardilla o comadreja, se acerca; el zumbido de miríadas de mosquitos, a un mismo tiempo depredadores y presas; el gruñido de un oso que busca un panal de miel en la hendidura de un árbol, mientras las abejas lo defienden zumbando, o asimismo el estertor de un ciervo atacado por un lobo cerval.

25 feb 2016

El arte de la escucha

Homenaje a Miró,  de Li-Shu Chen
«El arte del relator pide una escucha, pues por debajo incluso del más sofisticado de los estilos narrativos clásicos se escucha la cadencia de la palabra hablada. Un relato es algo que se dice, que se habla; que se vive en el oído. Pero nosotros hemos perdido el arte de escuchar, hemos dejado de deleitarnos con las digresiones y las pausas de la voz espontánea.  Vueltos holgazanes por la profusión de los brillantes e instantáneos artilugios gráficos 
–la fotografía, el cartel, el cine, el tebeo–, hemos pasado de auditores a espectadores.

5 ago 2012

El tiempo

   «Llega un momento en la vida cuando el tiempo nos alcanza. (No sé si expreso esto bien). Quiero decir que a partir de tal edad nos vemos sujetos al tiempo y obligados a contar con él, como si alguna colérica visión con espada centelleante nos arrojara del paraíso primero, donde todo hombre una vez ha vivido libre del aguijón de la muerte. ¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces cifra de la eternidad. ¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño?