«Es bueno que ciertas cosas, que ya no puedan transformarse en otras, consten, simplemente, sin lamentar los hechos ni tampoco juzgarlos. Fue así que comprendí claramente que yo nunca sería un verdadero lector. Cuando era niño se me antojaba que la lectura era una profesión que debía ser asumida más tarde, un día, cuando llegara el momento de las profesiones, una tras otra. A decir verdad, no tenía una idea precisa de cuándo podría ocurrir esto. Confiaba en que se advertiría cuano la vida, en cierto modo, cambiara repentinamente y sólo le viniera a uno de fuera, así como antes surgía de adentro.
Ágora donde iniciar historias sobre libros, naturaleza, arte y poesía; donde hallar las palabras soñadas o queridas, sin la perspectiva del tiempo... como en una biblioteca.
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5 abr 2023
6 sept 2022
El meollo de la vida
El bote blanco (1905) de Joaquín Sorolla. |
(THOREAU, Henry David. Walden o la vida en los bosques. Barcelona: Juventud, 2010, p. 125).
21 jun 2022
Paraíso en la infancia
Cuentos de la selva (1895), de James Jebusa Shannon |
«Tú, que lees este libro, has vivido durante algunos años en un mundo oral. Desde tus balbuceos con lengua de trapo hasta que aprendiste a leer, las palabras solo existían en la voz. Encontrabas por todas partes los dibujos mudos de las letras, pero no significaban nada para ti. Los adultos que controlaban el mundo, ellos sí, leían y escribían. Tú no entendías bien qué era eso, ni te importaba demasiado porque no entendías bien qué era eso, ni te importaba demasiado porque te bastaba hablar. Los primeros relatos de tu vida entraron por las caracolas de tus orejas; tus ojos aún no sabían escuchar. Luego llegó el colegio: los palotes, los redondeles, las letras, las sílabas. En ti se ha cumplido a pequeña escala el mismo tránsito que hizo la humanidad desde la oralidad a la escritura.
Mi madre me leía libros todas las noches, sentada en la orilla de mi cama. Ella la rapsoda; yo, su público fascinado. El lugar, la hora, los gestos y los silencios eran siempre los mismos, nuestra íntima liturgia. Mientras sus ojos buscaban el lugar donde había abandonado la lectura y luego retrocedían unas frases atrás para recuperar el hilo de la historia, la suave brisa del relato se llevaba todas las preocupaciones del día y los miedos intuidos de la noche. Aquel tiempo de lectura me parecía un paraíso pequeño y provisional –después he aprendido que todos los paraísos son así, humildes y transitorios–».
(VALLEJO, Irene. El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo. 11ª ed. Madrid: Siruela, 2020, p. 98-99).
31 mar 2022
Memoria olvidadiza
«Todas las personas mayores fueron al principio niños (aunque pocas de ellas lo recuerdan)». Comienzo de ‘El Principito’🌠, de Antoine de Saint-Exupéry.
30 nov 2021
7 nov 2021
El descubrimiento de la lectura
«Después
de haber relatado aquí unos recuerdos más o menos inconexos, quisiera consignar
el milagro trivial, del que uno no se da cuenta hasta después de que ha pasado:
el descubrimiento de la lectura. El día en que los veintiséis signos del
alfabeto dejan de ser trazos incomprensibles, ni siquiera bonitos, en fila
sobre un fondo blanco, arbitrariamente agrupados y cada uno de los cuales
constituye, en lo sucesivo, una puerta de entrada, a otros siglos, a otros
países, a multitud de seres más numerosos de los que veremos en toda nuestra
vida, a veces a una idea que cambiará las nuestras, a una noción que nos hará
un poco mejores o, al menos, un poco menos ignorantes que ayer. Yo nunca tuve
libros para niños. Los tomos rosas y dorados de la condesa de Segur me parecían
llenos de tonterías e incluso de bajeza: historias contadas por un adulto que
calumniaba e idiotizaba a los niños. Jules Verne me aburría; quizá sólo gustara
a los chicos.
8 sept 2021
La lectura en la infancia
La lectura (1932), de Pablo Picasso
|
«No hay quizás días de nuestra infancia que hayamos
vivido tan plenamente como los que hemos creído pasar sin vivirlos, aquellos
que hemos pasado con un libro preferido. ¿Quién no recuerda como yo esas
lecturas hechas en tiempo de vacaciones, que íbamos a esconder sucesivamente en
todas esas horas del día que eran bastante apacibles e inviolables para poder
darles asilo? Por la mañana, al volver del parque, cuando todos se habían
marchado a dar un paseo, yo me metía en el comedor, donde, hasta la hora
todavía lejana de la comida, no entraría nadie más que la vieja Felicia,
relativamente silenciosa, y donde no tendría por compañeros, muy respetuosos
con la lectura, sino los platos pintados que estaban colgados en la pared, el
calendario, cuya hoja del día anterior había sido arrancada recientemente, el
reloj de péndulo y el fuego, que hablan sin pedir que se les conteste y cuyas
dulces frases vacías de sentido no vienen como las de los hombres, a sustituir,
con uno diferente, el de las palabras que leéis».
(RUSKIN, John. Sésamo y lirios: ensayos sociales. Buenos
Aires: Espasa-Calpe, 1950, p. 9-10).
8 jul 2021
Los dos estados más profundos
Castillo y sol (1928), de Paul Klee |
«Cuanto más envejezco yo misma, más
constato que la infancia y la vejez no sólo se juntan sino que son también los
dos estados más profundos que nos es dado vivir. La esencia de un ser se revela
en ellos, antes o después de los esfuerzos, aspiraciones y ambiciones de la
vida. El rostro liso de Michel niño y el rostro surcado de arrugas del viejo
Michel se parecen, lo que no siempre sucedía con sus caras intermedias de la
juventud y la edad madura. Los ojos del niño y los del viejo miran con el
tranquilo candor de quien aún no ha entrado en el baile de máscaras, o bien de
quien ha salido ya. Y todo el intervalo parece un tumulto vano, una agitación
en el vacío, un caos inútil, y uno se pregunta por qué ha tenido que pasar por él».
(YOURCENAR,
Marguerite. El laberinto del mundo. Madrid: Alfaguara, 2012, p. 413).
24 may 2019
Recuerdos de una infancia
«Mas
no vayamos demasiado aprisa: rodaríamos sin querer por la cuesta que nos
devuelve al presente. Contemplemos más bien ese mundo en donde el hombre no
estorba todavía, esas pocas leguas de bosque cortado por algunas landas, que se
extienden casi sin interrupción desde Portugal hasta Noruega, desde las dunas
hasta las futuras estepas rusas. Recreemos dentro de nosotros ese océano verde –no
inmóvil, como lo son las tres cuartas partes de nuestras reconstrucciones del
pasado–, sino moviéndose y cambiando en el transcurso de las horas, de los días
y de las estaciones, que fluyen sin haber sido computados por nuestros
calendarios ni por nuestros relojes. Contemplemos cómo enrojecen en otoño los
árboles de hoja caduca, y cómo mecen los abetos en primavera sus hojas
recientes, cubiertas aún de una delgada cápsula parda. Bañémonos en ese
silencio casi virgen de ruidos de voces y herramientas humanas, sólo
interrumpido por los cantos de los pájaros o su llamada de aviso cuando algún enemigo,
ardilla o comadreja, se acerca; el zumbido de miríadas de mosquitos, a un mismo
tiempo depredadores y presas; el gruñido de un oso que busca un panal de miel
en la hendidura de un árbol, mientras las abejas lo defienden zumbando, o
asimismo el estertor de un ciervo atacado por un lobo cerval.
31 mar 2016
25 feb 2016
El arte de la escucha
Homenaje a Miró, de Li-Shu Chen
|
5 ago 2012
El tiempo
«Llega un momento en la vida cuando el
tiempo nos alcanza. (No sé si expreso esto bien). Quiero decir que a partir de
tal edad nos vemos sujetos al tiempo y obligados a contar con él, como si
alguna colérica visión con espada centelleante nos arrojara del paraíso
primero, donde todo hombre una vez ha vivido libre del aguijón de la muerte.
¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces
cifra de la eternidad. ¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño?