27 abr 2021

La casa de las palabras


Librería Ateneo Grand Splendid (Buenos Aires, Argentina)
«A la casa de las palabras, soñó Helena Villagra, acudían los poetas. Las palabras, guardadas en viejos frascos de cristal, esperaban a los poetas y se les ofrecían, locas de ganas de ser elegidas: ellas rogaban a los poetas que las miraran, que las olieran, que las tocaran, que las lamieran. Los poetas abrían los frascos, probaban palabras con el dedo y entonces relamían o fruncían la nariz. Los poetas andaban en busca de palabras que no conocían, y también buscaban palabras que conocían y habían perdido.

18 abr 2021

Mendel, el de los libros

«De modo que fuimos los dos al café Gluck, y, mira por dónde, allí estaba sentado Mendel el de los libros, con las gafas puestas, la barba desaliñada, vestido de negro. Leyendo, se balanceaba como un oscuro matorral al viento. Nos acercamos, pero él no se dio cuenta. Se limitaba a estar allí sentado, leyendo y balanceando el torso como si fuera una pagoda, hacia delante y hacia atrás, por encima de la mesa. Tras él, de un gancho, colgaba su negro y raído paletó, asimismo atiborrado de revistas y apuntes. Para anunciarnos, mi amigo tosió con fuerza. Pero Mendel, las gruesas gafas aplastadas contra el libro, seguía sin percatarse de nuestra presencia. Por fin mi amigo dio sobre la superficie de la mesa un golpe tan fuerte y enérgico como cuando llama uno a una puerta... Entonces Mendel levantó la vista y, con un movimiento mecánico y rápido, se subió hasta la frente las toscas gafas de montura de acero. Bajo las erizadas cejas de un gris ceniza, dos extraños ojos se clavaron en nosotros, unos ojos pequeños, negros, despiertos, de mirada ágil, aguda y temblequeante como la lengua de una serpiente. Mi amigo me presentó, y yo expuse mi demanda, para lo cual –la argucia me la había recomendado expresamente mi amigo– empecé por quejarme, en apariencia furioso, del bibliotecario que no me había querido dar información alguna.

4 abr 2021

De bibliotecas y bibliotecarios

«El señor Rodó es bibliotecario –dijo mi madre–. Trabaja en la Biblioteca Nacional.
–¿Has estado alguna vez allí? –me preguntó.
–No –me disculpé.
–Tiene más de tres millones de libros –dijo mi madre–, animándolo a hablar–. Y hay un montón de gatos para los ratones, y cada gato tiene su nombre y consta en nómina, como un empleado más.