«Son femeninos los símbolos de la revolución
francesa, mujeres de mármol o bronce, poderosas tetas desnudas, gorros frigios,
banderas al viento.
Pero la revolución proclamó la Declaración
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, y cuando la militante
revolucionaria Olympia de Gouges propuso la Declaración de los Derechos de la
Mujer y de la Ciudadana, marchó presa, el Tribunal Revolucionario la sentenció
y la guillotina le cortó la cabeza.
Al pie del cadalso, Olympia preguntó:
–Si las mujeres estamos capacitadas para
subir a la guillotina, ¿por qué no podemos subir a las tribunas públicas?
No
podían. No podían hablar, no podían votar. La Convención, el Parlamento
revolucionario, había clausurado todas las asociaciones políticas femeninas y
había prohibido que las mujeres discutieran con los hombres en pie de igualdad.