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31 oct 2022

El otoño

Tannenwald (1902), de Gustav Klimt.
Encanto de tus otoños infantiles, seducción de una época del año que es la tuya, porque en ella has nacido.
La atmósfera del verano, densa hasta entonces, se aligeraba y adquiría una acuidad a través de la cual los sonidos eran casi dolorosos, punzando la carne como la espina de una flor. Caían las primeras lluvias a mediados de septiembre, anunciándolas el trueno y el súbito nublarse del cielo, con un chocar acerado de aguas libres contra prisiones de cristal. La voz de la madre decía: "Que descorran la vela", y tras aquel quejido agudo (semejante al de las golondrinas cuando revolaban por el cielo azul sobre el patio), que levantaba el toldo al plegarse en los alambres de donde colgaba, la lluvia entraba dentro de la casa, moviendo ligera sus pies de plata con rumor rítmico sobre las losas de mármol.

14 feb 2022

El más sabio de los Dioses

Muerte y vida (1916), de Gustav Klimt
Muerte y vida (1916), de Gustav Klimt
«Amor, el más sabio de los dioses... Pero el amor no era responsable de esa negligencia, de esas durezas, de esa indiferencia mezclada a la pasión como la arena al oro que arrastra un río, de esa torpe inconsciencia del hombre demasiado dichoso y que envejece. ¿Cómo había podido sentirme tan ciegamente satisfecho? Antínoo había muerto.  Lejos de haber amado con exceso, como Serviano lo estaría afirmando en ese momento en Roma, no había amado lo bastante para obligar al niño a que viviera. Chabrias, que como iniciado órfico consideraba que el suicidio era un crimen, insistía en el lado sacrificatorio de ese fin; yo mismo sentía una especie de horrible alegría cuando pensaba que aquella muerte era un don. Pero sólo yo podía medir cuánta acritud fermenta en lo hondo de la dulzura, qué desesperanza se oculta en la abnegación, cuánto odio se mezcla con el amor. Un ser insultado me arrojaba a la cara aquella prueba de devoción; un niño, temeroso de perderlo todo, había hallado el medio de atarme a él para siempre. Si había esperado protegerme mediante su sacrificio, debió pensar que yo lo amaba muy poco para no darse cuenta de que el peor de los males era el de perderlo». 
 
 
(YOURCENAR, Marguerite. Memorias de Adriano. 1ª ed., 21ª reimp. Barcelona: Edhasa, 1991, p. 165).

18 nov 2020

Canción de otoño

Beech Forest I (1902), de Gustav Klimt
La queja sin fin
del flébil violín
otoñal
hiere el corazón
de un lánguido son
letal.
Siempre soñando
y febril cuando

suena la hora,
mi alma refleja
la vida vieja
y llora.

6 nov 2017

El otoño


Farmhouse with birch trees (1903), de Gustav Klimt
«Encanto de tus otoños infantiles, seducción de una época del año que es la tuya, porque en ella has nacido.
La atmósfera del verano, densa hasta entonces, se aligeraba y adquiría una acuidad a través de la cual los sonidos eran casi dolorosos, punzando la carne como la espina de una flor. Caían las primeras lluvias a mediados de septiembre, anunciándolas el trueno y el súbito nublarse del cielo, con un chocar acerado de aguas libres contra prisiones de cristal. La voz de la madre decía: "Que descorran la vela", y tras aquel quejido agudo (semejante al de las golondrinas cuando revolaban por el cielo azul sobre el patio), que levantaba el toldo al plegarse en los alambres de donde colgaba, la lluvia entraba dentro de la casa, moviendo ligera sus pies de plata con rumor rítmico sobre las losas de mármol.

13 jul 2017

Los diecisiete Aurelianos


El árbol de la vida (1909), de Gustav Klimt
«No se habían extinguido los ecos del homenaje, cuando Ursula llamó a la puerta del taller.
   –No me molesten  –dijo él–. Estoy ocupado.
   –Abre  –insistió Ursula con voz cotidiana–. Esto no tiene nada que ver con la fiesta.
   Entonces el coronel Aureliano Buendía quitó la tranca, y vio en la puerta diecisiete hombres de los más variados aspectos, de todos los tipos y colores, pero todos con un aire solitario que habría bastado para identificarlos en cualquier lugar de la tierra.

7 ene 2012

En el principio fue el beso

El beso (1807-08),  de Gustav Klimt
«La poesía y el beso son parientes íntimos. Desde Salomón a Machado no hay más que una larga sucesión de besos y fonemas, revelaciones sonoras de la intimidad humana en la que la verdad y la belleza se aúnan para comunicarnos, para hacer existente lo inefable, para dar y solicitar vida y temblor. Escuchar un poema bellísimo es como recibir un beso en el cuello, en el lóbulo de la oreja, y sentir ese temblor que te llega a lo más íntimo. Los besos y los versos vienen de los labios».


(GÁNDARA MÁRTIN, Jesús de la. El planeta de los besos. 2ª ed. Barcelona: Euromedice, 2008, p. 7).