Castillo y sol (1928), de Paul Klee |
«Cuanto más envejezco yo misma, más
constato que la infancia y la vejez no sólo se juntan sino que son también los
dos estados más profundos que nos es dado vivir. La esencia de un ser se revela
en ellos, antes o después de los esfuerzos, aspiraciones y ambiciones de la
vida. El rostro liso de Michel niño y el rostro surcado de arrugas del viejo
Michel se parecen, lo que no siempre sucedía con sus caras intermedias de la
juventud y la edad madura. Los ojos del niño y los del viejo miran con el
tranquilo candor de quien aún no ha entrado en el baile de máscaras, o bien de
quien ha salido ya. Y todo el intervalo parece un tumulto vano, una agitación
en el vacío, un caos inútil, y uno se pregunta por qué ha tenido que pasar por él».
(YOURCENAR,
Marguerite. El laberinto del mundo. Madrid: Alfaguara, 2012, p. 413).
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