«De
modo que fuimos los dos al café Gluck, y, mira por dónde, allí estaba sentado
Mendel el de los libros, con las gafas puestas, la barba desaliñada, vestido de
negro. Leyendo, se balanceaba como un oscuro matorral al viento. Nos acercamos,
pero él no se dio cuenta. Se limitaba a estar allí sentado, leyendo y
balanceando el torso como si fuera una pagoda, hacia delante y hacia atrás, por
encima de la mesa. Tras él, de un gancho, colgaba su negro y raído paletó,
asimismo atiborrado de revistas y apuntes. Para anunciarnos, mi amigo tosió con
fuerza. Pero Mendel, las gruesas gafas aplastadas contra el libro, seguía sin
percatarse de nuestra presencia. Por fin mi amigo dio sobre la superficie de la
mesa un golpe tan fuerte y enérgico como cuando llama uno a una puerta...
Entonces Mendel levantó la vista y, con un movimiento mecánico y rápido, se
subió hasta la frente las toscas gafas de montura de acero. Bajo las erizadas
cejas de un gris ceniza, dos extraños ojos se clavaron en nosotros, unos ojos
pequeños, negros, despiertos, de mirada ágil, aguda y temblequeante como la
lengua de una serpiente. Mi amigo me presentó, y yo expuse mi demanda, para lo
cual –la argucia me la había recomendado expresamente mi amigo–
empecé por quejarme, en apariencia furioso, del bibliotecario que no me había
querido dar información alguna.
Ágora donde iniciar historias sobre libros, naturaleza, arte y poesía; donde hallar las palabras soñadas o queridas, sin la perspectiva del tiempo... como en una biblioteca.
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18 abr 2021
21 ene 2020
El recuerdo del libro
«Le di
afectuoso la mano. “Quédeselo tranquila. A nuestro viejo amigo Mendel le habría
encantado que al menos una entre los miles de personas que le deben un libro
aún se acuerde de él”. Después me marché y sentí vergüenza frente a aquella
anciana y buena señora que, de una manera ingenua y sin embargo verdaderamente
humana, había sido fiel a la memoria del difunto. Pues ella, aquella mujer sin
estudios, al menos había conservado el libro para acordarse mejor de él. Yo, en
cambio, me había olvidado de Mendel el de los libros durante años. Precisamente
yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio
aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable
reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido».
8 nov 2019
Cada palabra tuya
Amor y Psyche
(1907), de Edvard
Munch
|
«En aquellos
años sólo viví para ti. Compré todos tus libros; cada vez que tu nombre
aparecía en los periódicos era un día de fiesta para mí. ¿Puedes creer que me
sé de memoria cada línea de tus libros de tantas veces como los he leído? Si
alguien me despertara por la noche y me empezara a recitar un fragmento, aún
ahora, después de trece años, podría continuarlo en sueños. Cada palabra tuya
era para mí como el evangelio y el padrenuestro. Todo el mundo existía
únicamente en relación a ti: buscaba los conciertos y los estrenos en los
periódicos vieneses sólo pensando en cuáles te podrían haber interesado y así
acompañarte desde la lejanía: ahora entra en la sala, ahora se sienta. Lo soñé
mil veces por haberte visto un día en un concierto».
(ZWEIG, Stefan. Carta de una desconocida. 15ª ed. Barcelona:
Acantilado, 2002, p. 27-28).
3 feb 2019
Recuerdos de una carta
Mujer sentada (1960), de Joan Miró |
«Él dejó caer
la carta, las manos le temblaban. Entonces empezó a cavilar durante un buen
rato. Recordaba vagamente a una niña vecina suya, a una joven mujer que había
encontrado en un local nocturno, pero era un recuerdo poco preciso y
desdibujado, como una piedra que tiembla en el fondo del agua que corre y cuya
forma no acaba de distinguirse. Eran sombras que brotaban abundantemente, que
iban y venían, pero no fue capaz de hacerse una imagen concreta. Recordaba
ciertos sentimientos y, aun así, no conseguía reconstruir todo aquello. Era
como si todas esas figuras hubiesen aparecido en un sueño, como si las hubiera
soñado a menudo y profundamente, pero sólo como si las hubiese soñado.
22 feb 2018
El encuentro
Adan y Eva (1909), de Edvard Munch
|
«No me reconociste entonces. Y cuando dos
días más tarde tu mirada me envolvió con una cierta familiaridad al volver a
encontrarnos, no reconociste en mí a aquella niña que te había querido y a la
que habías hecho despertar, sino sólo a la hermosa joven de dieciocho años que
se había cruzado en tu camino dos días antes en ese mismo lugar. Me miraste
agradablemente sorprendido, se te escapó una leve sonrisa. Volviste a pasar de
largo pero retrocediste enseguida: yo temblaba, estaba exultante de alegría,
rogaba que me hablases.
5 may 2017
Mudanza
«La mayor parte del mobiliario, las piezas
más pesadas, ya las habían subido los mozos. Ahora sólo se llevaban cosas
pequeñas hacia arriba. Me quedé de pie en la puerta para poder admirarlo todo.
Tus cosas eran muy especiales, tanto que nunca antes había visto nada igual:
había fetiches indios, esculturas italianas, grandes y deslumbrantes cuadros.
Finalmente vinieron los libros, tantos y tan bonitos que nunca hubiera
imaginado que pudieran existir. Los iban apilando en la puerta, los cogía el mayordomo,
uno por uno, y les quitaba el polvo con cuidado. Me acerqué sigilosamente para
contemplar cómo iba creciendo la pila. Tu criado no me echó, pero tampoco me
animó a quedarme allí. No me atreví a tocar nada, aunque me hubiese gustado
acariciar el suave cuero de algunas cubiertas. Miré alguno de los títulos
tímidamente: algunos eran ingleses o franceses, y otros en idiomas que no
entendía.