En mi caso, también la lectura se situaba al
principio de semejantes transformaciones. Entonces trataría a los libros como a
las amistades; habría un tiempo reservado para ellos, un tiempo determinado,
que pasaría en forma regular y complaciente, no más prolongado que el
estrictamente necesario y provechoso. Naturalmente algunos libros estarían más
cerca de uno y nadie podía asegurar por anticipado que no se podría perder de
vez en cuando una media hora con ellos, un paseo, una cita, un estreno teatral
o una carta urgente».
(RILKE, Rainer Maria. Los cuadernos de Malte Laurids Brigge.
Buenos Aires: Corregidor, 1977, p. 169-170).
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