Alcanzando la primavera, de Li-Shu Chen
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«Marzo
anochece gris entre los olmos desnudos, aunque sobre la hierba, donde el
asfodelo y el jacinto ya apuntan en sus tallos, están abiertas las corolas del
azafrán, encendidas de color lo mismo que una mejilla fresca contra este aire
punzante. Cerca, desde tal cima sin hoja o cual alero, echándose penas a la
espalda, silba sentido e irónico algún mirlo.
Tiene su cantar ahora la misma ligereza sin
cansancio ni sombra que tuvo a la mañana, y al recogerse tras de la jornada
volandera calla en su garganta la misma voz alegre de su despertar. Para él la
luz del poniente es idéntica a la del oriente, su sosiego de plumas tibias
ovilladas en el nido, idéntico a su vuelo de cruz loca por el aire, donde halla
materia de tantas coplas silbadas.
Desde el aire trae a la tierra alguna
semilla divina, un poco de luz mojada de rocío, con las cuales parece nutrir su
existencia, no de pájaro sino de flor, y a las cuales debe esas notas claras,
líquidas, traspasando su garganta. Igual que la violeta llena con su olor el
aire de marzo, el mirlo llena con su voz la tierra de marzo. Y equivalente
oposición dialéctica, primaveral e inverniza, a la que expresa el tiempo en
esos días, es la pasión y burla que expresa el pájaro en esas notas.
Como si la muerte no existiera, ¿qué puede
importarle al mirlo la muerte?, como si ella con su flecha pesada y dura no
pudiera pasarle, silba el pájaro alegre, libre de toda razón humana. Y su
alegría contagiosa prende en el espíritu de quien oscuramente le escucha, formando
con este espíritu y aquel cantar, tal la luz con el agua, un volumen etéreo».
(CERNUDA, Luis. Ocnos. Sevilla: Ayuntamiento, 2002, p. 130-131).
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