«Antes que la nieve, y a traición, llegaba el
hielo. Cuando los días todavía eran largos, cuando el sol del mediodía aún
calentaba y bajábamos al río a jugar por las tardes, el aire se afilaba de
pronto y se volvía más limpio, y luego viento, un viento tan cruel y delicado
como si estuviera hecho de cristal, un cristal aéreo y transparente que bajaba
silbando de la sierra sin levantar el polvo de las calles.