Vrindaban (1965), de Octavio Paz
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–No –dijo la sobrina–; no hay qué perdonar a
ninguno porque todos han sido los dañadores; mejor será arrojadlos por las
ventanas al patio y hacer un rimero dellos, y pegarles fuego; y si no,
llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo.
Lo mismo dijo el ama: tal era la gana que
las dos tenían de la muerte de aquellos inocentes; mas el cura no vino en ello
sin primero leer siquiera los títulos. Y el primero que maese Nicolás le dio en
las manos fue los cuatro de Amadís de Gaula, y dijo el cura:
–Parece cosa de misterio ésta; porque, según
he oído decir, este libro fue el primero de caballerías que se imprimió en
España, y todos los demás han tomado principio y origen déste; y así, me parece
que, como a dogmatizador de una secta tan mala, le debemos, sin excusa alguna,
condenar al fuego.
–No, señor –dijo el barbero –; que también
he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han
compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar».
(CERVANTES, Miguel de. El ingenioso hidalgo Don
Quijote de la Mancha. Parte I. Barcelona: Círculo de
Lectores, 1982, p. 91-92.)
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