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25 may 2017

Escribir I



Acompañamiento sincopado (Staccato) (c.a. 1928-1930), 
 de František Kupka
«El día en el que empezó todo, no tenía muchas ganas de escribir, de manera que para hacer tiempo fingí no saber si una palabra se escribía con be o con uve. Aquella duda retórica se convirtió misteriosamente en una enfermedad real, y en cosa de una semana al problema de las bes se sumó el de las haches, así que tardaba mucho en escribir una página porque tenía que consultar continuamente el diccionario. Creo que desarrollé una curiosa habilidad para evitar palabras que contuvieran esas letras, pero mis escritos de esa época jadean un poco al andar, como si estuvieran enfermos.

12 abr 2016

Julián Carax

   «Fue por entonces cuando empecé a oír por las calles las historias acerca de un individuo que rompía los escaparates de las librerías por la noche y quemaba libros. En otras ocasiones, el extraño vándalo se colaba en una biblioteca o en la cámara de un coleccionista. Siempre se llevaba dos o tres tomos, que quemaba. En febrero de 1938 acudí a una librería de viejo para preguntar si era posible encontrar algún libro de Julián Carax en el mercado.

18 nov 2015

El secreto

«–Y entonces, ¿qué es lo que me vas a enseñar hoy que no he visto todavía?
– Varias cosas. De hecho, lo que te voy a enseñar forma parte de una historia. ¿No me dijiste el otro día que a ti lo que te gustaba era leer?
Bea asintió, arqueando las cejas.
–Pues bien, ésta es una historia de libros.
– ¿De libros?
–De libros malditos, del hombre que los escribió, de un personaje que se escapó de las páginas de una novela para quemarla, de una traición y de una amistad perdida. Es una historia de amor, de odio y de los sueños que viven en la sombra del viento.

5 abr 2015

El destino del libro

Librería Lello&Irmao,
en Oporto (Portugal)
«–Este lugar es un misterio, Daniel, un santuario. Cada libro, cada tomo que ves, tiene alma. El alma de quien lo escribió, y el alma de quienes lo leyeron y vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien desliza la mirada por sus páginas, su espíritu crece y se hace fuerte. Hace ya muchos años, cuando mi padre me trajo por primera vez aquí, este lugar ya era viejo. Quizá tan viejo como la misma ciudad. Nadie sabe a ciencia cierta desde cuándo existe, o quiénes lo crearon. Te diré lo que mi padre me dijo a mí. Cuando una biblioteca desaparece, cuando una librería cierra sus puertas, cuando un libro se pierde en el olvido, los que conocemos este lugar, los guardianes, nos aseguramos de que llegue aquí. En este lugar, los libros que ya nadie recuerda, los libros que se han perdido en el tiempo, viven para siempre, esperando llegar algún día a las manos de un nuevo lector, de un nuevo espíritu.

12 jun 2014

El cementerio de los libros olvidados

   
«–Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie. Ni a tu amigo Tomás. A nadie.
   Un hombrecillo con rasgos de ave rapaz y cabellera plateada nos abrió la puerta. Su mirada aguileña se posó en mí, impenetrable.
      –Buenos días, Isaac. Éste es mi hijo Daniel –anunció mi padre–. Pronto cumplirá once años, y algún día él se hará cargo de la tienda. Ya tiene edad de conocer este lugar.
   El tal Isaac nos invitó a pasar con un leve asentimiento.

24 feb 2014

El error

Espera en la terraza del Café Novelty,  
de Li-Shu Chen
«Díaz-Varela se quedó observándome muy atentamente, con una mejilla apoyada en el puño y el codo apoyado en la mesa. Aparté la vista, me turbaron sus ojos inmóviles, de mirada nada transparente ni penetrante, quizá era nebulosa y envolvente o tan sólo indescifrable, suavizada en todo caso por la miopía (probablemente llevaba lentillas), era como si esos ojos rasgados me estuvieran diciendo: “¿Por qué no me entiendes?”, no con impaciencia sino con lástima.
   –Ese es el error dijo al cabo de unos segundos, sin quitarme su mirada fija de encima ni variar su postura, como si en vez de hablar estuviera atendiendo–, un error propio de niños en el que sin embargo incurren muchos adultos hasta el día de su muerte, como si a lo largo de su vida entera no hubieran logrado darse cuenta de su funcionamiento y carecieran de toda experiencia.

25 abr 2013

Escrutinio libresco

Vrindaban (1965),  de Octavio Paz
   «Causó risa al licenciado la simplicidad del ama y mandó al barbero que le fuese dando de aquellos libros uno a uno, para ver de qué trataban, pues podía ser hallar algunos que no mereciesen castigo de fuego.
   –No –dijo la sobrina–; no hay qué perdonar a ninguno porque todos han sido los dañadores; mejor será arrojadlos por las ventanas al patio y hacer un rimero dellos, y pegarles fuego; y si no, llevarlos al corral, y allí se hará la hoguera, y no ofenderá el humo.

16 jul 2012

Papeles de Alhambra


TÍTULO del manuscrito: Que Benito de Vitoria, contino, tenga cargo de cobrar los bienes que quedaron de los moros de Granada y su tierra, del valle de Lecrín y de las Alpujarras, cuando marcharon allende, por las capitulaciones con Muley Boabdil.

Fuente: Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149702, 262.

21 ene 2012

El lugar de un hombre

     «Antes de marcharnos nosotros mi padre pidió a Sabino que dijera algo a las gentes. Sabino, que parecía ir recobrando sus facultades, le dijo a mi padre:
   - La Adela es mía, don José.
   Algunas mujeres lo oyeron y aquella frase fue repetida por la multitud:
   - Dice que la Adela es suya.
   Mi padre le dijo que se la darían, pero que debía declarar en voz alta, gritando para que le oyeran, que él era Sabino y que se había marchado hacía quince años del pueblo “a otras tierras” y ahora volvía, sano y sin recibir daño de nadie.
   Sabino se asomó a la puerta y abrió los brazos:
   - Soy yo. No tengáis miedo. Yo soy Sabino, marido de la Adela. Me dio un barrunto y me fui del pueblo. Ahora vengo y nadie me ha hecho mal.
   Se veía en todo lo que hacía como una vanidad infantil. La atención de la gente le gustaba».


(SENDER, Ramón J. El lugar de un hombre. 7ª ed. Madrid: Destino, 1994, p. 57).

20 oct 2011

Valentín

Voces anónimas,  de Li-Shu Chen
   «El teatro, su animación, su mantenimiento, los ensayos, las representaciones, los cientos de pequeños detalles que, como una maquinaria delicada, lo componían, me hacían vivir una actividad constante que requería gente, que necesitaba de los otros, de su colaboración, de su aportación, de su locuacidad; mi jornada estaba repleta. Pero, detrás de las complicadas bambalinas de un ajetreo tan vistoso, la soledad estaba en pie, disimulada, acechándome, unas veces hosca, otras resignada.