Espera en la terraza del Café Novelty, de Li-Shu Chen |
«Díaz-Varela se quedó observándome muy
atentamente, con una mejilla apoyada en el puño y el codo apoyado en la mesa.
Aparté la vista, me turbaron sus ojos inmóviles, de mirada nada transparente ni
penetrante, quizá era nebulosa y envolvente o tan sólo indescifrable, suavizada
en todo caso por la miopía (probablemente llevaba lentillas), era como si esos
ojos rasgados me estuvieran diciendo: “¿Por qué no me entiendes?”, no con
impaciencia sino con lástima.
–Ese es el error –dijo al cabo de unos
segundos, sin quitarme su mirada fija de encima ni variar su postura, como si
en vez de hablar estuviera atendiendo–, un error propio de niños en el que sin
embargo incurren muchos adultos hasta el día de su muerte, como si a lo largo
de su vida entera no hubieran logrado darse cuenta de su funcionamiento y
carecieran de toda experiencia. El error de creer que el presente es para
siempre, que lo que hay a cada instante es definitivo, cuando todos deberíamos
saber que nada lo es, mientras nos quede un poco de tiempo. Llevamos a cuestas
las suficientes vueltas y los suficientes giros, no sólo de la fortuna sino de
nuestro ánimo. Vamos aprendiendo que lo que nos pareció gravísimo llegará un
día en que nos resulte neutro, sólo un hecho, sólo un dato. Que la persona sin
la que no podíamos estar y por la que no dormíamos, sin la que no concebíamos
nuestra existencia, de cuyas palabras y de cuya presencia dependíamos día tras
día, llegará un momento en que ni siquiera nos ocupará un pensamiento, y cuando
nos lo ocupe, de tarde en tarde, será para un encogimiento de hombros, y a lo
más que alcanzará ese pensamiento será a preguntarse un segundo: “¿Qué se habrá
hecho de ella?”, sin preocupación ninguna, ni curiosidad siquiera. ¿Qué nos
importa hoy la suerte de nuestra primera novia, cuya llamada o el encuentro con
ella esperábamos anhelantemente? ¿Qué nos importa, incluso, la suerte de la
penúltima, si hace un año que no la vemos? ¿Qué nos importan los amigos del
colegio, y los de la Universidad, y los siguientes, pese a que giraran en torno
a ellos larguísimos tramos de nuestra existencia que parecían no ir a
terminarse nunca? ¿Qué nos importan los que se desgajan, los que se van, los
que nos dan la espalda y se apartan, los que dejamos caer y convertimos en
invisibles, en meros nombres que sólo recordamos cuando por azar vuelven a
alcanzar nuestros oídos, los que se mueren y así nos desertan?».
(MARÍAS, Javier. Los enamoramientos. Madrid: Alfaguara, 2011, p. 143-144).
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