«Antes de marcharnos nosotros mi padre
pidió a Sabino que dijera algo a las gentes. Sabino, que parecía ir recobrando
sus facultades, le dijo a mi padre:
- La Adela es mía, don José.
Algunas mujeres lo oyeron y aquella frase
fue repetida por la multitud:
- Dice que la Adela es suya.
Mi padre le dijo que se la darían, pero que
debía declarar en voz alta, gritando para que le oyeran, que él era Sabino y
que se había marchado hacía quince años del pueblo “a otras tierras” y ahora
volvía, sano y sin recibir daño de nadie.
Sabino se asomó a la puerta y abrió los
brazos:
- Soy yo. No tengáis miedo. Yo soy Sabino,
marido de la Adela. Me dio un barrunto y me fui del pueblo. Ahora vengo y nadie
me ha hecho mal.
Se veía en todo lo que hacía como una
vanidad infantil. La atención de la gente le gustaba».
(SENDER, Ramón J. El lugar de un hombre. 7ª ed. Madrid: Destino, 1994, p. 57).
Para forjar este
relato Ramón J. Sender se basó en dos hechos históricos de la España de su
tiempo. Por un lado, el que acaeció durante su niñez rural en tierras de
Aragón: la desaparición de un hombre marginado y miserable, que huyó de su
aldea natal al campo, al verse despreciado y ninguneado por sus vecinos. Por el
otro, el que se conoció por “El crimen de Cuenca”: el regreso a su pueblo en
1926 de un hombre por cuyo asesinato se condenó a dos inocentes, que habían
decidido al fin reconocer el inexistente crimen a causa de las brutales
torturas aplicadas por la guardia civil y maquinadas por las autoridades
judiciales y que desde 1910, año de su arresto, habían vivido encarcelados.
Sender incorpora
a la narración algunas otras de sus preocupaciones
personales, con lo que la obra multiplica sus niveles de significado: el
caciquismo omnipresente en la vida social española, el trasfondo de la división
del país en dos bandos irreconciliables, con la sombra latente de la guerra
civil, y la presencia del paisaje de su infancia rural aragonesa. Y, sobre todo
ello, la afirmación de la importancia de cada ser humano, por humilde e
insignificante que éste sea, en el transcurso
de la vida, con la denuncia de lo que suponen estigmas sociales como la
marginación, la exclusión o el exilio. El más insignificante
de esos hombres -Sabino, el protagonista de la novela- revela sin querer, y
como a pesar suyo, el valor enorme que su presencia tiene entre los demás paisanos
de su pueblo. Sin embargo es durante su ausencia cuando esa presencia
trascendente se manifiesta.
El
lugar que ocupa un hombre en la vida es un lugar sagrado.
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