«Fue por entonces cuando empecé a oír por
las calles las historias acerca de un individuo que rompía los escaparates de
las librerías por la noche y quemaba libros. En otras ocasiones, el extraño
vándalo se colaba en una biblioteca o en la cámara de un coleccionista. Siempre
se llevaba dos o tres tomos, que quemaba. En febrero de 1938 acudí a una
librería de viejo para preguntar si era posible encontrar algún libro de Julián
Carax en el mercado. El encargado me dijo que era imposible: alguien los había
estado haciendo desaparecer.
Él mismo había tenido un par y los había vendido a
un individuo muy extraño, que ocultaba su rostro y al que apenas se le podía
descifrar la voz.
–Hasta hace poco
quedaban algunas copias en colecciones privadas, aquí y en Francia, pero muchos
coleccionistas empiezan a desprenderse de ellas. Tienen miedo –decía–, y no les
culpo.
A veces Julián
desaparecía durante días enteros. Pronto sus ausencias fueron de semanas. Se
iba y volvía siempre de noche. Siempre traía dinero. Nunca daba explicaciones,
o si lo hacía, se limitaba a dar detalles sin sentido. Me dijo que había estado
en Francia, París, Lyon, Niza. Ocasionalmente llegaban desde Francia a nombre
de Laín Coubert. Siempre eran libreros de viejo, coleccionistas. Alguien había
localizado una copia perdida de las obras de Julián Carax. Entonces desaparecía
varios días y regresaba como un lobo, apestando a quemado y a rencor».
(RUIZ ZAFÓN, Carlos. La sombra del viento. 39ª ed. Barcelona:
Planeta, 2004, p. 503-504).
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