«Ptolomeo tuvo que sentirse desorientado, confuso, aislado. No entendía la lengua egipcia, era torpe en las ceremonias y sospechaba que los cortesanos se reían de él. No obstante, había aprendido de Alejandro a comportarse con atrevimiento. Si no consigues entender los símbolos, invéntate otros.
Si Egipto te desafía con su antigüedad fabulosa, traslada la
capital a Alejandría –la única ciudad sin pasado– y
conviértela
en el centro más importante de todo el Mediterráneo. Si tus súbditos desconfían
de las novedades, haz que toda la audacia del pensamiento y la ciencia
confluyan en su territorio.
Ptolomeo destinó grandes riquezas a levantar el Museo y la Biblioteca de Alejandría».
(VALLEJO, Irene. El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo. 11ª ed. Madrid: Siruela, 2020, p. 40).
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