una
apetencia por tu compañía
y
una dolencia de melancolía
por
la ausencia del aire de tu viento.
Paciencia
necesita mi tormento,
urgencia
de tu garza galanía,
tu
clemencia solar mi helado día,
tu
asistencia la herida en que lo cuento.
¡Ay
querencia, dolencia y apetencia!:
sus
sustanciales besos, mi sustento,
me
faltan y me muero sobre mayo.
Quiero
que vengas, flor desde tu ausencia,
a
serenar la sien del pensamiento
que
desahoga en mí su eterno rayo.
(HERNÁNDEZ, Miguel. El rayo que no cesa. 9ª ed. Madrid:
Espasa-Calpe, 1978 , p. 37-38).