«Entre semana, Matilda se quedaba en casa sola casi todas las tardes. Su hermano, cinco años mayor que ella, iba a la escuela. Su padre iba a trabajar y su madre se marchaba a jugar al bingo a un pueblo situado a ocho millas de allí. La señora Wormwood era una viciosa del bingo y jugaba cinco tardes a la semana. La tarde del día en que su padre se negó a comprarle un libro, Matilda salió sola y se dirigió a la biblioteca pública del pueblo. Al llegar se presentó a la bibliotecaria, la señora Phelps. Le preguntó si podía sentarse un rato y leer un libro. La señora Phelps, algo sorprendida por la llegada de una niña tan pequeña sin que la acompañara ninguna persona mayor, le dio la bienvenida.
— ¿Dónde están los libros infantiles, por favor? —preguntó Matilda.
— Están allí, en las baldas más bajas —dijo la señora Phelps
— ¿Quieres que te ayude a buscar uno bonito con muchos dibujos?
— No, gracias —dijo Matilda—. Creo que podré arreglármelas sola».
(DAHL, Roald. Matilda. 6ª ed. Madrid: Santillana, 2021, p. 15).
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