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La forma del azul, de František Kupka
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«Fue Aureliano quien concibió la fórmula que
había de defenderlos durante varios meses de las evasiones de la memoria. La
descubrió por casualidad. Insomne experto, por haber sido uno de los primeros,
había aprendido a la perfección el arte de la platería. Un día estaba buscando
el pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales, y no recordó su
nombre. Su padre se lo dijo: “tas”. Aureliano escribió el nombre en un papel
que pegó con una goma en la base del yunquecito: tas. Así estuvo seguro
de no olvidarlo en el futuro. No se le ocurrió que fuera aquella la primera
manifestación del olvido, porque el objeto tenía un nombre difícil de recordar.
Pero pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas
las cosas del laboratorio. Entonces las marcó con el nombre respectivo, de modo
que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas. Cuando su padre le
comunicó su alarma por haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su
niñez, Aureliano le explicó su método, y José Arcadio Buendía lo puso en
práctica en toda la casa y más tarde lo impuso a todo el pueblo. Con un hisopo
entintado marcó cada cosa con su nombre: mesa, silla, reloj, puerta, pared,
cama, cacerola.
Fue al corral y marcó los animales y las plantas: vaca, chivo, puerco,
gallina, yuca, malanga, guineo. Poco a poco, estudiando las infinitas
posibilidades del olvido, se dio cuenta de que podía llegar un día en que se
reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad.
Entonces fue más explícito. El letrero que colgó en la cerviz de la vaca era
una muestra ejemplar de la forma en que los habitantes de Macondo estaban
dispuestos a luchar contra el olvido: Esta es la vaca, hay que ordeñarlas
todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para
mezclarla con el café y hacer café con leche. Así continuaron viviendo en
una realidad escurridiza momentáneamente capturada por las palabras, pero que
habían de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita».
(GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Cien años de soledad. 2ª ed. Barcelona: Círculo de Lectores, 1990, p. 41-42).
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