Diary of
discoveries, de Vladimir Kush
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«El revés de mis tantas tardes de tedio fue
el descubrimiento casual de una sala de música abierta al público en la
Biblioteca Nacional. La convertí en mi refugio preferido para leer al amparo de
los grandes compositores, cuyas obras solicitábamos por escrito a una empleada
encantadora. Entre los visitantes habituales descubríamos afinidades de toda
índole por la clase de música que preferíamos. Así conocí a la mayoría de mis
autores preferidos a través de los gustos ajenos, por lo abundantes y variados,
y aborrecí a Chopin durante muchos años por culpa de un melómano implacable que
lo solicitaba casi a diario y sin misericordia.
Una tarde encontré la sala desierta porque
el sistema estaba descompuesto pero la directora me permitió sentarme a leer en
silencio. Al principio me sentí en un remanso de paz, pero antes de dos horas
no había logrado concentrarme por unas ráfagas de ansiedad que me estorbaban la
lectura y me hacían sentir ajeno a mi propio pellejo. Tardé varios días en
darme cuenta de que el remedio de mi ansiedad no era el silencio de la sala
sino el ámbito de la música, que desde entonces se me convirtió en una pasión
casi secreta y para siempre».
(GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla. 4ª ed. Barcelona: Random House Mondadori, 2005, p. 283).
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