«–¡Alguien
trae un envío para usted! –gritó Wally desde la bici, con un pie en el suelo–.
Preguntó dos veces cuál era el camino, una en la gasolinera y otra en la
vicaría. Ahora tiene problemas para dar la vuelta. Está intentando hacerlo en
una sola maniobra, para cruzar directamente y venir por la parte de atrás.
Con el
tiempo, esta furgoneta en concreto, elegante con su pintura roja y crema, se
convertiría en la más conocida de Hardborough. Era la furgoneta de Brompton’s,
la tienda de Londres que ofrecía servicio de biblioteca a libreros de
provincias, sin importar lo lejos que estuvieran. A petición de Florence, le
habían traído los primeros volúmenes, y ella tenía que firmar un compromiso y
leer las condiciones que proponía Brompton’s.
Éstas
parecían más una filosofía moral o las leyes de un Estado ideal, que la
expresión de una transacción económica.