Son una veintena. Encabeza el grupo un profesor de sesenta y pico de años que estuvo largo tiempo preso.
Por la mañana salen de Paysandú y cruzan a tierra argentina. Compran, entre todos, un ejemplar de Crisis y ocupan un café. Uno de ellos lee en voz alta, página por página, para todos. Escuchan y discuten. La lectura dura todo el día. Cuando termina, dejan la revista de regalo al dueño del café y se vuelven a mi país, donde está prohibida.
–Aunque sólo fuera por eso –pienso– valdría la pena».
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