(...)
Y volviendo los ojos a la blanca,
Libre y eterna espuma que a lo
lejos
Hacia un país sin nombre
navegaba,
Como quien reza una oración me
dijo
Con voz que tengo en el oído
intacta:
“Éste es, muchacho, el mar”. El
mar sereno,
No sé decir por qué, pero es el
caso
Que una fuerza mayor me llenó el
alma
Y sin medir, sin sospechar
siquiera,
La magnitud real de mi campaña,
Eché a correr, sin orden ni concierto,
La magnitud real de mi campaña,
Eché a correr, sin orden ni concierto,
Como un desesperado hacia la
playa
Y en un instante memorable estuve
Frente a ese gran señor de las
batallas.
Entonces fue cuando extendí los
brazos
Sobre el haz ondulante de las
aguas,
Rígido el cuerpo, las pupilas
fijas,
En la verdad sin fin de la
distancia,
Sin que en mi ser moviérase un
cabello,
¡Como la sombra azul de las
estatuas!
Cuánto tiempo duró nuestro saludo
No podrían decirlo las palabras.
Sólo debo agregar que en aquel
día
Nació en mi mente la inquietud y
el ansia
De hacer en verso lo que en ola y
ola
Dios a mi vista sin cesar creaba.
Desde entonces data la ferviente
Y abrasadora sed que me arrebata:
Es que en verdad desde que existe
el mundo,
La voz del mar en mi persona
estaba.
(PARRA, Nicanor. Poemas & antipoemas. Santiago de
Chile: Editorial Universitaria, 1998, p. 55-56).
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