23 nov 2016

Diálogo en el bosque


¿Fue posible que yo no te supiera
cerca de mí, perdido en las miradas?

Los ojos me dolían de esperar.
Pasaste.

Si apareciendo entonces
me hubieras revelado
el país verdadero en que habitabas.

Pero pasaste
como un Dios destruido.

Sola, después, de lo negro surgía
tu mirada.


(GIL DE BIEDMA, Jaime. Las personas del verbo.Palencia: Cálamo, 2009, p. 38).

18 nov 2016

La intimidad de la lectura

    «Si pensamos en la parte de las grandes lecturas que debemos a la Escuela, a la Crítica, a todas las formas de publicidad, o, por el contrario, al amigo, al amante, al compañero de clase, o a veces incluso a la familia –cuando no coloca los libros en el estante de la educación–, el resultado es claro: las cosas más hermosas que hemos leído se las debemos casi siempre a un ser querido. Y a un ser querido será el primero a quien hablemos de ellas. Quizá, justamente, porque lo típico del sentimiento, al igual que del deseo de leer, consiste en preferir. Amar, a fin de cuentas, es regalar nuestras preferencias a los que preferimos. Y estos repartos pueblan la invisible ciudadela de nuestra libertad. Estamos habitamos por libros y por amigos».


(PENNAC, Daniel. Como una novela. 8ª ed. Barcelona: Anagrama, 2001, p. 84).

10 nov 2016

Ser persona

«¿Seguirá siendo utópico pensar que algún día la sociedad tendrá una conformación, una estructura análoga a la de persona humana? Que se logrará, por fin, un régimen que se comporte como una persona en su integridad. Requisito indispensable de ello es el que aparezca la imagen de la persona humana, de que se tenga conciencia de ella, pues se trata de una realidad tal que necesita ser pensada y querida, sostenida por la voluntad para lograrse. Para ser persona hay que querer serlo, si no se es solamente en potencia, en posibilidad. Y al querer serlo se descubre que es necesario un continuo ejercicio, un entrenamiento».


(ZAMBRANO, María. Persona y democracia. 2ª ed. Madrid: Siruela, 2004, p. 192).

3 nov 2016

La memoria de las palabras

   
La forma del azul, de František Kupka
«Fue Aureliano quien concibió la fórmula que había de defenderlos durante varios meses de las evasiones de la memoria. La descubrió por casualidad. Insomne experto, por haber sido uno de los primeros, había aprendido a la perfección el arte de la platería. Un día estaba buscando el pequeño yunque que utilizaba para laminar los metales, y no recordó su nombre. Su padre se lo dijo: “tas”. Aureliano escribió el nombre en un papel que pegó con una goma en la base del yunquecito: tas. Así estuvo seguro de no olvidarlo en el futuro. No se le ocurrió que fuera aquella la primera manifestación del olvido, porque el objeto tenía un nombre difícil de recordar. Pero pocos días después descubrió que tenía dificultades para recordar casi todas las cosas del laboratorio. Entonces las marcó con el nombre respectivo, de modo que le bastaba con leer la inscripción para identificarlas. Cuando su padre le comunicó su alarma por haber olvidado hasta los hechos más impresionantes de su niñez, Aureliano le explicó su método, y José Arcadio Buendía lo puso en práctica en toda la casa y más tarde lo impuso a todo el pueblo.

30 oct 2016

No es nada, es un suspiro

El beso (1969), de Pablo Picasso
El beso (1969), de Pablo Picasso.
No es nada, es un suspiro,
Pero nunca sació nadie esa nada
Ni nadie supo nunca de qué alta roca nace.

Ni puedes tú saberlo, tú que eres
Nuestro afán, nuestro amor,
Nuestra angustia de hombres;
Palabra que creamos
En horas de dolor solitario.

24 oct 2016

Las puertas del laberinto



Mezquita Vakil (Irán)
«La memoria es un laberinto cuyas puertas se abren cuando el destino lo encuentra apropiado».


(ÁLVAREZ, Blanca.  El puente de los cerezos. 3ª ed. Madrid: Anaya, 2006, p.75).

15 oct 2016

Surcos


El paseo, cayendo hojas  (1889),  de Vincent van Gogh
¿De qué lado has visto llegar
el otoño? ¿Por qué ventana
lo has dejado entrar? ¿Eres tú quien
canta en sordina, o la luz
espesa de sus hojas?
¿En qué río te desvistes para soñar?
¿Es conmigo con quien vuelves
a tener quince años y corres
contra el viento hasta perderte
en la curva de la carretera?
¿A quién das la mano y confías
un secreto? Cuéntame,
cuéntame, para que pueda habitar
uno a uno mis días.


(ANDRADE, Eugénio de. Los surcos de la sed. Madrid: Calambur, 2001, p. 79).