«Eran tres pregones.
Uno cuando llegaba la primavera, alta ya la
tarde, abiertos los balcones, hacia los cuales la brisa traía un aroma áspero,
duro y agudo, que casi cosquilleaba la nariz. Pasaban gentes: mujeres vestidas
de telas ligeras y claras; hombres, unos con traje de negra alpaca o hilo
amarillento, y otros con chaqueta de dril desteñido y al brazo el canastillo,
ya vacío, del almuerzo, de vuelta del trabajo.