21 mar 2013

El origen de la primera palabra de un verso

Artes, Poesía (1898),  de Alfons Mucha
«Pues los versos no son, como la gente cree, sentimientos (se los tiene demasiado pronto) sino experiencias. Para escribir un solo verso es necesario ver muchas ciudades, hombres y cosas; es preciso conocer los animales, hay que sentir cómo vuelan los pájaros y conocer qué movimiento hacen las pequeñas flores cuando se abren por la mañana. Es necesario poder pensar otra vez en los caminos de las regiones desconocidas, en encuentros azarosos y en separaciones largamente presentidas; en aquellos días de infancia cuyo secreto permanece oculto, en los padres a los que hacíamos daño cuando nos traían una alegría que no comprendíamos (era una alegría para otros); en las enfermedades de la infancia que comienzan singularmente con tan profundas y graves transformaciones; en los días pasados en habitaciones silenciosas y recogidas, y en las mañanas junto al mar; en el mar sobre todo, en los mares, en las noches de viaje que murmuraban allá en lo alto y volaban con todas las estrellas –y todavía tampoco alcanza saber pensar en todo esto–.

18 mar 2013

La indulgencia de Dios

Marguerite (1918),  de Guy Rose
   «En aquella época, tú y yo creíamos en Dios, en ese Dios que tantas gentes nos describen como si lo conocieran. Sin embargo, nunca hablabas de Él porque lo sentías presente. Se habla sobre todo de los que se ama cuando están ausentes. Tú vivías en Dios. Te gustaban, como a mí, los viejos libros de los místicos que parecen haber mirado la vida y la muerte a través de su cristal. Nos prestábamos libros. Los leíamos juntos, pero en voz alta, sabíamos demasiado bien que las palabras siempre rompen algo. Eran dos silencios acordes. Nos esperábamos al llegar al final de la página: tu dedo seguía los renglones de las oraciones empezadas como si se tratase de seguir un camino.

9 mar 2013

El mirlo


Alcanzando la primavera,  de Li-Shu Chen
  «Marzo anochece gris entre los olmos desnudos, aunque sobre la hierba, donde el asfodelo y el jacinto ya apuntan en sus tallos, están abiertas las corolas del azafrán, encendidas de color lo mismo que una mejilla fresca contra este aire punzante. Cerca, desde tal cima sin hoja o cual alero, echándose penas a la espalda, silba sentido e irónico algún mirlo.
   Tiene su cantar ahora la misma ligereza sin cansancio ni sombra que tuvo a la mañana, y al recogerse tras de la jornada volandera calla en su garganta la misma voz alegre de su despertar. Para él la luz del poniente es idéntica a la del oriente, su sosiego de plumas tibias ovilladas en el nido, idéntico a su vuelo de cruz loca por el aire, donde halla materia de tantas coplas silbadas.

3 mar 2013

En sí misma


Siempre
titubea una luz
que sólo se ve cuando                       
                                   no enciende nada,

como una desnudez
                        que se revelara en sí misma,
                                               no en los ojos de quien la mira.


(MUJICA, Hugo. Y siempre después del viento. Madrid: Visor, 2011, p. 62).

28 feb 2013

La Filosofía en la vida de cada hombre


Filosofía desde la Sala de la Signatura (1511)
de Rafael Sanzio
   «Cuando la Filosofía hace su historia suele olvidar desdeñosamente lo que deben los hombres a otros saberes nacidos más allá o más acá de ella. Lo que se debe, por ejemplo, a la poesía y a la novela. Tendría razón en ignorarlas y hasta en desdeñarlas si su existencia misma no las necesitara. La Filosofía no necesita supuestos –tal vez se así– para su ideal existencia, según ella misma establece. Pero si se la considera en la vida de cada hombre, los necesita más que cualquier otro género de conocimiento.

23 feb 2013

El sufrimiento de la vida

La vida  (1903)de Pablo Picasso
   «El atardecer era tibio y claro; el cielo había quedado limpio desde la mañana. Raskólnikov iba a su casa; tenía prisa. Quería acabarlo todo antes de que se pusiera el sol. No deseaba encontrarse con nadie hasta tenerlo todo arreglado. Al subir la escalera de su casa, se dio cuenta de que Nastasia, dejando el samovar que estaba preparando, le había mirado fijamente y le acompañaba con la vista. “¿No habría alguien en mi habitación?”, se preguntó. Pensó con desagrado en Porfiri. Pero al abrir la puerta de su cuchitril, vio a Dúnechka. Estaba sola, embebida en sus pensamientos; al parecer, hacía mucho rato que le esperaba. Raskólnikov se detuvo en el umbral. Dunia se levantó del diván, sobresaltada, e irguió la cabeza. Su mirada, fija, clavada en su hermano, reflejaba un sentimiento de horror y de aflicción abrumadoras. Esa mirada bastó a Raskólnikov para comprender que Dunia lo sabía todo».


(DOSTOIEVSKI, Fedor.  Crimen y castigo. Barcelona: Círculo de Lectores, 1984, p. 510-511).

19 feb 2013

Verse a sí mismos


Las mujeres de Anfisa (1887)
de Lawrence Alma-Tadema
 «Allá está el verdadero Amado, con el que podemos unirnos, participando de Él y poseyéndolo y no abrazándolo por fuera carnalmente. Si alguno vio, sabe lo que digo. Sabe que el alma entonces está en posesión de una vida distinta, desde el momento en que se acerca a Él y se une ya a Él y participa de Él hasta el punto de darse cuenta, en ese estado, de la presencia del dador de la vida verdadera. Y ya no necesita de nada, antes al contrario, le es preciso despojarse de las demás cosas, quedarse en eso solo y hacerse eso solo, apartando el resto...