3 feb 2019

Recuerdos de una carta

Mujer sentada (1960)de Joan Miró
   «Él dejó caer la carta, las manos le temblaban. Entonces empezó a cavilar durante un buen rato. Recordaba vagamente a una niña vecina suya, a una joven mujer que había encontrado en un local nocturno, pero era un recuerdo poco preciso y desdibujado, como una piedra que tiembla en el fondo del agua que corre y cuya forma no acaba de distinguirse. Eran sombras que brotaban abundantemente, que iban y venían, pero no fue capaz de hacerse una imagen concreta. Recordaba ciertos sentimientos y, aun así, no conseguía reconstruir todo aquello. Era como si todas esas figuras hubiesen aparecido en un sueño, como si las hubiera soñado a menudo y profundamente, pero sólo como si las hubiese soñado.
Entonces su mirada se posó en el jarrón azul que tenía ante él, encima del escritorio. Estaba vacío, por primera vez desde hacía años estaba vacío en el día de su cumpleaños, y se asustó: fue como si, de repente, se hubiese abierto una puerta invisible y un golpe de aire frío hubiera penetrado desde el más allá en su tranquila habitación. Sintió a la muerte y sintió un amor inmortal: algo le atravesó el alma y pensó en aquella mujer invisible, etérea y apasionada como el recuerdo de una lejana melodía».


(ZWEIG, Stefan. Carta de una desconocida. 15ª ed. Barcelona: Acantilado, 2002, p. 65-66).

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