Ágora donde iniciar historias sobre libros, naturaleza, arte y poesía; donde hallar las palabras soñadas o queridas, sin la perspectiva del tiempo... como en una biblioteca.
17 jun 2021
11 jun 2021
Msabu
«Farah
entró a mi servicio en Aden, en 1913, antes de la Primera Guerra Mundial. Por
espacio de casi dieciocho años se cuidó de mi casa, mis cuadras y mis safaris.
Hablaba con Farah tanto de mis preocupaciones como de mis éxitos, y no había
cosa que yo hiciera o pensara de la que él no estuviera al corriente. Cuando
tuve que dejar la granja y abandonar África, Farah vino a Mombasa para decirme
adiós. Mientras veía su inmóvil silueta oscura en el muelle hacerse cada vez
más pequeña hasta por fin desaparecer, sentí como si estuviera perdiendo una
parte de mí misma, como si me estuvieran cortando la mano derecha y a partir de
aquel momento no pudiera ya montar a caballo, disparar un rifle o escribir…».
(DINESEN,
Isak. Sombras en la hierba.
Madrid: Alfaguara, 1986, p. 15-16).
4 jun 2021
26 may 2021
Anhelo
Si nosotros pudierámos encontrar también algo humano
puro, contenido,
una estrecha franja de tierra fecunda que nos
perteneciese,
entre la piedra y la corriente. Pues nuestro propio
corazón nos sigue
sobrepasando siempre, como a ellos. Y ya podemos
contemplarlo en imágenes
que lo calmen, ni en los cuerpos divinos
que, al ser más grandes, lo moderan.
20 may 2021
11 may 2021
El buitre y las otras aves
Vuelo de pájaros, de Joan Miró |
Cuando un poderoso te halaga y te convida, cuida de que no intente engañarte.
(ESOPO. Fábulas. [San Salvador?: s.n., s.a., p. 13).
2 may 2021
27 abr 2021
La casa de las palabras
Librería Ateneo Grand Splendid (Buenos Aires,
Argentina)
|
«A la casa de las palabras, soñó Helena Villagra,
acudían los poetas. Las palabras, guardadas en viejos frascos de cristal,
esperaban a los poetas y se les ofrecían, locas de ganas de ser elegidas: ellas
rogaban a los poetas que las miraran, que las olieran, que las tocaran, que las
lamieran. Los poetas abrían los frascos, probaban palabras con el dedo y
entonces relamían o fruncían la nariz. Los poetas andaban en busca de palabras
que no conocían, y también buscaban palabras que conocían y habían perdido.
23 abr 2021
18 abr 2021
Mendel, el de los libros
«De
modo que fuimos los dos al café Gluck, y, mira por dónde, allí estaba sentado
Mendel el de los libros, con las gafas puestas, la barba desaliñada, vestido de
negro. Leyendo, se balanceaba como un oscuro matorral al viento. Nos acercamos,
pero él no se dio cuenta. Se limitaba a estar allí sentado, leyendo y
balanceando el torso como si fuera una pagoda, hacia delante y hacia atrás, por
encima de la mesa. Tras él, de un gancho, colgaba su negro y raído paletó,
asimismo atiborrado de revistas y apuntes. Para anunciarnos, mi amigo tosió con
fuerza. Pero Mendel, las gruesas gafas aplastadas contra el libro, seguía sin
percatarse de nuestra presencia. Por fin mi amigo dio sobre la superficie de la
mesa un golpe tan fuerte y enérgico como cuando llama uno a una puerta...
Entonces Mendel levantó la vista y, con un movimiento mecánico y rápido, se
subió hasta la frente las toscas gafas de montura de acero. Bajo las erizadas
cejas de un gris ceniza, dos extraños ojos se clavaron en nosotros, unos ojos
pequeños, negros, despiertos, de mirada ágil, aguda y temblequeante como la
lengua de una serpiente. Mi amigo me presentó, y yo expuse mi demanda, para lo
cual –la argucia me la había recomendado expresamente mi amigo–
empecé por quejarme, en apariencia furioso, del bibliotecario que no me había
querido dar información alguna.