11 jun 2021

Msabu


«Farah entró a mi servicio en Aden, en 1913, antes de la Primera Guerra Mundial. Por espacio de casi dieciocho años se cuidó de mi casa, mis cuadras y mis safaris. Hablaba con Farah tanto de mis preocupaciones como de mis éxitos, y no había cosa que yo hiciera o pensara de la que él no estuviera al corriente. Cuando tuve que dejar la granja y abandonar África, Farah vino a Mombasa para decirme adiós. Mientras veía su inmóvil silueta oscura en el muelle hacerse cada vez más pequeña hasta por fin desaparecer, sentí como si estuviera perdiendo una parte de mí misma, como si me estuvieran cortando la mano derecha y a partir de aquel momento no pudiera ya montar a caballo, disparar un rifle o escribir…».

(DINESEN, Isak. Sombras en la hierba. Madrid: Alfaguara, 1986, p. 15-16).

26 may 2021

Anhelo

Si nosotros pudierámos encontrar también algo humano puro, contenido,
una estrecha franja de tierra fecunda que nos perteneciese,
entre la piedra y la corriente. Pues nuestro propio corazón nos sigue
sobrepasando siempre, como a ellos. Y ya podemos
contemplarlo en imágenes
que lo calmen, ni en los cuerpos divinos
que, al ser más grandes, lo moderan.
 
Súplica  (1876)de Lawrence Alma-Tadema

11 may 2021

El buitre y las otras aves

Vuelo de pájaros, de Joan Miró
«Fingiendo un buitre que quería celebrar el día de su nacimiento, convidó a las otras aves menores a cenar; pero cuando las tuvo dentro de su cueva, cerró la entrada y comenzó a matarlas no dejando ni una viva».

Cuando un poderoso te halaga y te convida, cuida de que no intente engañarte.



(ESOPO. Fábulas. [San Salvador?: s.n., s.a., p. 13).



27 abr 2021

La casa de las palabras


Librería Ateneo Grand Splendid (Buenos Aires, Argentina)
«A la casa de las palabras, soñó Helena Villagra, acudían los poetas. Las palabras, guardadas en viejos frascos de cristal, esperaban a los poetas y se les ofrecían, locas de ganas de ser elegidas: ellas rogaban a los poetas que las miraran, que las olieran, que las tocaran, que las lamieran. Los poetas abrían los frascos, probaban palabras con el dedo y entonces relamían o fruncían la nariz. Los poetas andaban en busca de palabras que no conocían, y también buscaban palabras que conocían y habían perdido.

18 abr 2021

Mendel, el de los libros

«De modo que fuimos los dos al café Gluck, y, mira por dónde, allí estaba sentado Mendel el de los libros, con las gafas puestas, la barba desaliñada, vestido de negro. Leyendo, se balanceaba como un oscuro matorral al viento. Nos acercamos, pero él no se dio cuenta. Se limitaba a estar allí sentado, leyendo y balanceando el torso como si fuera una pagoda, hacia delante y hacia atrás, por encima de la mesa. Tras él, de un gancho, colgaba su negro y raído paletó, asimismo atiborrado de revistas y apuntes. Para anunciarnos, mi amigo tosió con fuerza. Pero Mendel, las gruesas gafas aplastadas contra el libro, seguía sin percatarse de nuestra presencia. Por fin mi amigo dio sobre la superficie de la mesa un golpe tan fuerte y enérgico como cuando llama uno a una puerta... Entonces Mendel levantó la vista y, con un movimiento mecánico y rápido, se subió hasta la frente las toscas gafas de montura de acero. Bajo las erizadas cejas de un gris ceniza, dos extraños ojos se clavaron en nosotros, unos ojos pequeños, negros, despiertos, de mirada ágil, aguda y temblequeante como la lengua de una serpiente. Mi amigo me presentó, y yo expuse mi demanda, para lo cual –la argucia me la había recomendado expresamente mi amigo– empecé por quejarme, en apariencia furioso, del bibliotecario que no me había querido dar información alguna.