«Farah
entró a mi servicio en Aden, en 1913, antes de la Primera Guerra Mundial. Por
espacio de casi dieciocho años se cuidó de mi casa, mis cuadras y mis safaris.
Hablaba con Farah tanto de mis preocupaciones como de mis éxitos, y no había
cosa que yo hiciera o pensara de la que él no estuviera al corriente. Cuando
tuve que dejar la granja y abandonar África, Farah vino a Mombasa para decirme
adiós. Mientras veía su inmóvil silueta oscura en el muelle hacerse cada vez
más pequeña hasta por fin desaparecer, sentí como si estuviera perdiendo una
parte de mí misma, como si me estuvieran cortando la mano derecha y a partir de
aquel momento no pudiera ya montar a caballo, disparar un rifle o escribir…».
(DINESEN,
Isak. Sombras en la hierba.
Madrid: Alfaguara, 1986, p. 15-16).
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