El árbol de la vida (1909), de Gustav Klimt
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«No se habían extinguido los ecos del
homenaje, cuando Ursula llamó a la puerta del taller.
–No me molesten –dijo él–. Estoy ocupado.
–Abre –insistió Ursula con voz cotidiana–. Esto no
tiene nada que ver con la fiesta.
Entonces el coronel Aureliano
Buendía quitó la tranca, y vio en la puerta diecisiete hombres de los más
variados aspectos, de todos los tipos y colores, pero todos con un aire
solitario que habría bastado para identificarlos en cualquier lugar de la
tierra.