Puente
cerca de Kolpino (Rusia)
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«Aquel tipo tenía dentro de sí
un escritor bueno y un escritor malo que trabajaban a horas distintas. Aun así
en los textos del malo se percibía finalmente un aliento de bondad, mientras
que en los del buenos sonaba, cuando menos hacía falta, un estertor agónico
procedente de la respiración del malo. Estaban tan cerca, en fin, que no podían
dejar de influirse. Los lectores, según se colocaran en uno u otro lado de la
identidad de aquel tipo, pensaban que se trataba de un mal escritor con
aciertos geniales, o de un genio que se estaba echando a perder. Nadie, excepto
el propio sujeto, advirtió nunca que aquel conflicto era el resultado del
choque entre dos individuos diferentes que vivían en el mismo cuerpo y escribían
con el mismo bolígrafo.
A ambos era preciso alimentar, así que el
propietrio del cuerpo leía bazofia para saciar el hambre del escritor malo y
proteína pura, sin grasa, para mantener la línea del bueno. De este modo, el
malo estaba cada día más gordo, mientras que el bueno se transformaba en pura
fibra. Eso empeoró las cosas, pues si bien el aliento de bondad empezó a
resultar más patente en los escritos del malo, los del bueno llegaban al
público manchados de grasa, de manera que perdió a sus lectores o los sustituyó
por meros consumidores. El malo, sin embargo, conquistaba día a día lectores de
verdad, interesados en el proceso místico por el que la grasa aspiraba a
convertirse en músculo.
El tipo habitado por estos dos artistas
incompatibles veía con tristeza declinar el lado más noble de sí mismo y se
sentía fracasado. Entonces dejó de leer estupideces para matar al malo de
hambre y escribir una obra maestra. Pero el bueno, al perder ese estertor
agónico, cayó en profundo abatimiento y se dio a la lectura de páginas con
hidratos de carbono que destruyeron su gusto. Al poco, dejó de escribir».
de Manuel Vázquez Montalbán
(incluido en Bibliorelatos:
antología de textos del mundo del libro. Barcelona: Casa del Libro, 2008,
páginas 225 y 228).
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