14 dic 2013

Exilio de una soledad anhelada

   «Estaba harto de esta vigilancia ininterrumpida de los vecinos, de los compañeros, de sus niños, de su amante, de su esposa. “¿Dónde estabas? ¿Dónde vas? ¿Por qué haces esto y no lo otro? Venga, ¡respóndeme! ¿Por qué no dices nada? ¿En qué piensas? ¿En qué piensas ahora mismo? Dímelo, ¡dímelo!”
   Un día se encerró a cal y canto. Aporrearon su puerta. Calló. Le miraron por la ventana. Le miraron por la ventana. Corrió las cortinas. Taladraron un agujero en la puerta, y vio un ojo que lo observaba.
   Al día siguiente, a las cinco de la mañana, se puso un sombrero, cogió algunos libros y un paraguas. Después de caminar treinta y tres horas, se instaló en un paisaje vacío y amplio, donde no había nadie.

8 dic 2013

Bajo el dulce cielo de diciembre

«Rosa, divina rosa que te balanceas al viento, aún salpicada de la menuda lluvia nocturna. Eres feliz en tu placidez, sobre la frescura jugosa de tu tallo, bajo el dulce cielo de diciembre. Pero no tanto como yo. Tú no puedes mirarlo y yo sí. Si sus manos posaran en tu carnadura, no las reconocerías como yo, por su simple tacto. Si oyeras cerca de ti el latido de su corazón, no sabrías que es el suyo, como yo, por su solo golpe».


(STORNI, Alfonsina. Poemas de amor. 3ª ed. Madrid: Hiperión, 2003, p. 51). 

1 dic 2013

La ventana

Cuánta tristeza en una hoja del otoño,
Por el riachuelo, Otoño  (1885) 
de Paul Gauguin
dudosa siempre en último extremo si presentarse como cuchillo.
Cuánta vacilación en el color de los ojos
antes de quedar frío como una gota amarilla.
Tu tristeza, minutos antes de morirte,
sólo comparable con la lentitud de una rosa cuando acaba,
esa sed con espinas que suplica a lo que no puede,
gesto de un cuello, dulce carne que tiembla.
Eras hermosa como la dificultad de respirar en un cuarto cerrado.

24 nov 2013

El despertar de la palabra

Moebius Strip I  (1961),  de M.C. Escher
«Indecisa, apenas articulada, se despierta la palabra. No parece que vaya a orientarse nunca en el espacio humano, que va tomando posesión del ser que despierta lenta o instantáneamente. Pues que si el despertar se da en un instante, el espacio le acomete como si ahí le hubiese estado aguardando para definirle, para hacerle saber que es un ser humano sin más. Mientras el fluir temporal, en retraso siempre, se queda apegado al ser que despierta envuelto en su tiempo, en un tiempo suyo que guarda todavía sin entregarlo, el tiempo en el que ha estado depositado confiadamente.

8 nov 2013

Apariencia del viento

Como leve sonido:
Paisaje azul, (1904) 
de Paul Cézanne
hoja que roza un vidrio, 
agua que acaricia unas guijas, 
lluvia que besa una frente juvenil;

como rápida caricia: 
pie desnudo sobre el camino, 
dedos que ensayan el primer amor, 
sábanas tibias sobre el cuerpo solitario;

como fugaz deseo: 
seda brillante en la luz, 
esbelto adolescente entrevisto, 
lágrimas por ser más que un hombre;

2 nov 2013

La transformación en lector

   «Es bueno que ciertas cosas, que ya no pueden transformarse en otras, consten, simplemente, sin lamentar los hechos ni tampoco juzgarlos. Fue así que comprendí claramente que yo nunca sería un verdadero lector. Cuando era niño se me antojaba que la lectura era una profesión que debía ser asumida más tarde, un día, cuando llegara el momento de las profesiones, una tras otra. A decir verdad, no tenía una idea precisa de cuándo podría ocurrir esto. Confiaba en que se advertiría cuando la vida, en cierto modo, cambiara repentinamente y sólo le viniera a uno de afuera, así como antes surgía de adentro. [...]

27 oct 2013

Aquel rostro

   «El niño cambiaba, crecía. Una semana de indolencia bastaba para ablandarlo; una tarde de caza le devolvía su firmeza, su atlética rapidez. Una hora de sol lo hacía pasar del color del jazmín al de la miel. Las piernas algo pesadas del potrillo se alargaron; la mejilla perdió su delicada redondez infantil, ahondándose un poco bajo el pómulo saliente; el tórax henchido de aire del joven corredor asumió las curvas lisas y pulidas de una garganta de bacante. El mohín petulante de los labios se cargó de una ardiente amargura, de una triste saciedad. Sí, aquel rostro cambiaba como si yo lo esculpiera noche y día».


(YOURCENAR, Marguerite. Memorias de Adriano. 1ª ed., 21ª reimp. Barcelona: Edhasa, 1991, p. 131).