14 ago 2014

Evaluación diaria

«Hermosa costumbre la de hacer cada día un examen de todas nuestras acciones. ¡Qué tranquila se nos queda el alma cuando ha recibido su parte de elogio o de censura, siendo censor ella misma que, contra sí misma, informa secretamente! Ésa es mi regla: diariamente me cito a comparecer ante mi tribunal. En cuanto se queda a oscuras mi aposento y mi mujer, que sabe mi costumbre, guarda silencio por respeto al mío, comienzo la inspección de la jornada entera, pienso en todos mis actos, repaso mis discursos. No disfrazo, no adultero nada, no olvido cosa alguna. ¿Qué puedo temer del reconocimiento de mis faltas cuando puedo decirme: no vuelvas a hacerlo, por esta vez te perdono?  Y reconozco la actitud que he puesto en algunas discusiones; la inutilidad de discutir con la ignorancia, que nada quiere aprender porque nada ha aprendido; las advertencias importunas que no he debido hacer, pues no he corregido y he molestado. Y me digo: ten cuidado otra vez, teniendo en cuenta más que la bondad de tus consejos el estado de ánimo del que tal vez no esté en disposición de resistir la verdad».

(SÉNECA, Lucio Anneo. Tratados filosóficos; Cartas. 8ª ed. México: Porrúa, 2003, p. 64).

27 jul 2014

Fuente

Simmetry 3,  de M.C. Escher
La ciudad sigue en pie.
Tiembla en la luz, hermosa.
Se posa el sol en su diestra pacífica.
Son más altos, más blancos los chorros de las fuentes.
Todo se pone en pie para caer mejor.
Y el caído bajo el hacha de su propio delirio se levanta.
Malherido, de su frente hendida brota un último pájaro.
Es el doble de sí mismo,
el joven que cada cien años vuelve a decir unas
            palabras, siempre las mismas,
la columna transparente que un instante se oscurece
            y otro centellea,
según avanza la veloz escritura del destino.
En el centro de la plaza la rota cabeza del poeta
            es una fuente.
La fuente canta para todos.


(PAZ, Octavio. La estación violenta. 1ª ed., 10ª reimp. México: Fondo de Cultura Económica, 2013, p. 21-22).


21 jul 2014

El amor a la cultura

El primer paso (1909), de František Kupka
«El secreto para mantenerse a flote en una sociedad tan compleja como la nuestra es tener cultura, porque supone conocimiento de la realidad, criterio para saber a qué atenerse por encima de cualquier vicisitud. La cultura es más una forma de ser que de tener. Su definición no se limita a la acumulación de conocimientos más o menos inconexos, sino a la posesión de criterios de conducta que pretenden construir un hombre más completo. La cultura nos ayuda a dar con el justo equilibrio entre la defensa de las propias raíces y las innovaciones que han ido aflorando, para poder circular libres y sin ataduras.

6 jul 2014

El valor de la vida

«Por hermosos que sean, no pueden conservarse los momentos del pasado. Por gozosos que sean, no pueden guardarse los momentos del presente. Por deseables que sean, no pueden atraparse los momentos del futuro. Pero la mente se desespera por fijar el río en un lugar: poseída por las ideas del pasado, preocupada por las imágenes del futuro, pasa por alto la simple verdad del momento. Quien pueda disolver su mente descubrirá de repente el Tao a sus pies, y tendrá la claridad a mano».

(LAO-TSE. Hua Hu Ching. Madrid: Edaf, 1995, p. 40).

21 jun 2014

Bis a bis

«La expresión “sociedad de consumo” apareció por primera vez en los años veinte en los Estados Unidos y se popularizó en el mundo occidental durante los años cincuenta y sesenta. Decir, sin embargo, sociedad de consumo para designar la sociedad actual resulta tan ocioso como redundante. O hay consumo o no hay sociedad. La vitalidad de la sociedad es ya dependiente de la vitalidad del consumo y, al cabo, la cultura se encuentra entremezclada con sus requerimientos. Nuestro destino se juega en el interior de esta esfera y la crítica a la cultura de consumo es una ocupación inútil que ni siquiera es capaz de imaginar la afectación del objeto al que dirige su inquina.

12 jun 2014

El cementerio de los libros olvidados

   
«–Daniel, lo que vas a ver hoy no se lo puedes contar a nadie. Ni a tu amigo Tomás. A nadie.
   Un hombrecillo con rasgos de ave rapaz y cabellera plateada nos abrió la puerta. Su mirada aguileña se posó en mí, impenetrable.
      –Buenos días, Isaac. Éste es mi hijo Daniel –anunció mi padre–. Pronto cumplirá once años, y algún día él se hará cargo de la tienda. Ya tiene edad de conocer este lugar.
   El tal Isaac nos invitó a pasar con un leve asentimiento.