El primer paso (1909), de František Kupka
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«El
secreto para mantenerse a flote en una sociedad tan compleja como la nuestra es
tener cultura, porque supone conocimiento de la realidad, criterio para
saber a qué atenerse por encima de cualquier vicisitud. La cultura es más
una forma de ser que de tener. Su definición no se limita a la acumulación de
conocimientos más o menos inconexos, sino a la posesión de criterios de
conducta que pretenden construir un hombre más completo. La cultura nos
ayuda a dar con el justo equilibrio entre la defensa de las propias raíces y
las innovaciones que han ido aflorando, para poder circular libres y sin
ataduras.
La cultura es abrir los ojos y procurar
tener respuestas para lo que sucede, buscando argumentos del pasado y del
presente que lo puedan explicar. [...]
La cultura del amor es aquella que sirve como recinto de criterios
sentimentales, donde se albergan dos ideas básicas: el saber a qué atenerse, por
una parte, y el tener una interpretación coherente y humana de los elementos
de este sentimiento, por otra. Ambos aspectos fundamentan al ser humano en
una de las principales raíces: la afectividad.
Cada persona adecua su amor según la cultura
y la educación sentimental que ha recibido. Es el resultado de lo que hay
dentro de cada uno. Aspirar a conocer los sentimientos en general y los propios
en particular es una tarea obligada; conocer y conocerse».
(ROJAS, Enrique. El
amor inteligente. 2ª ed. Madrid: Temas de hoy, 1997, p.
214-215).
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