23 feb 2013

El sufrimiento de la vida

La vida  (1903)de Pablo Picasso
   «El atardecer era tibio y claro; el cielo había quedado limpio desde la mañana. Raskólnikov iba a su casa; tenía prisa. Quería acabarlo todo antes de que se pusiera el sol. No deseaba encontrarse con nadie hasta tenerlo todo arreglado. Al subir la escalera de su casa, se dio cuenta de que Nastasia, dejando el samovar que estaba preparando, le había mirado fijamente y le acompañaba con la vista. “¿No habría alguien en mi habitación?”, se preguntó. Pensó con desagrado en Porfiri. Pero al abrir la puerta de su cuchitril, vio a Dúnechka. Estaba sola, embebida en sus pensamientos; al parecer, hacía mucho rato que le esperaba. Raskólnikov se detuvo en el umbral. Dunia se levantó del diván, sobresaltada, e irguió la cabeza. Su mirada, fija, clavada en su hermano, reflejaba un sentimiento de horror y de aflicción abrumadoras. Esa mirada bastó a Raskólnikov para comprender que Dunia lo sabía todo».


(DOSTOIEVSKI, Fedor.  Crimen y castigo. Barcelona: Círculo de Lectores, 1984, p. 510-511).

19 feb 2013

Verse a sí mismos


Las mujeres de Anfisa (1887)
de Lawrence Alma-Tadema
 «Allá está el verdadero Amado, con el que podemos unirnos, participando de Él y poseyéndolo y no abrazándolo por fuera carnalmente. Si alguno vio, sabe lo que digo. Sabe que el alma entonces está en posesión de una vida distinta, desde el momento en que se acerca a Él y se une ya a Él y participa de Él hasta el punto de darse cuenta, en ese estado, de la presencia del dador de la vida verdadera. Y ya no necesita de nada, antes al contrario, le es preciso despojarse de las demás cosas, quedarse en eso solo y hacerse eso solo, apartando el resto...

14 feb 2013

Amor constante más allá muerte

Cupido y Psyche (1817),  
de Jacques-Louis David
   Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera:

   mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

7 feb 2013

A cada libro, su lector

La lectora (hacia 1880-90), de Jean Jacques Henner
   «El valor de los libros es proporcional a lo que podemos llamar su plasticidad: su cualidad de ser todas las cosas para todos los hombres, de ser modelados diversamente por el impacto de formas nuevas de pensamiento. Cuando, por una u otra razón, esta adaptabilidad recíproca está ausente, no puede haber ninguna relación real entre el libro y el lector. En este sentido se puede decir que no existe un criterio abstracto de valores en la literatura: los libros más grandes que se han escrito sólo valen para cada lector lo que éste puede sacar de ellos.

3 feb 2013

Febrero



Invierno (1896),  
de Alfons Mucha




Febrero es luz en círculo desnuda...
Entrando en él, un tallo al sur del círculo
su diámetro erecto multiplica:
¡prende a un trigal su pacto con el viento!


(PRADOS, Emilio. Circuncisión del sueño. Valencia: Pre-textos, 1981, p. 27). 

28 ene 2013

Ella nunca volvería a Praga

El Vltava atravesado por el Karlův most (Puente de Carlos). Al otro lado del río, el
barrio de la Malá Strana, y al fondo en lo alto, Hrad
čany (el Castillo de Praga).
«Regresé a la ciudad por el puente de Carlos, pero no arrojé la moneda al Vltava, cuyas aguas centelleaban por efectos de la luz de los fanales encendidos. Anochecía y el paisaje se transformaba sumergiendo la ciudad en la sombra y el silencio. De noche, la Staré Město es lúgubre y desvalida. Me volví de cara al Hradčany, que estaba iluminado en bloque como en las grandes ocasiones. La iluminación emergía desde los jardines que rodean el vasto recinto.

23 ene 2013

El lugar preferido de la pequeña Elisabeth

   «En la última tienda Elisabeth compró con sus kreuzer algunas velitas, una larga cadena de oropel de colores, cerillas y un enorme corazón de pan de especias. Cargada con esos tesoros siguió corriendo al bosque donde sólo se cruzó con algunas personas que buscaban ramas secas al lado del camino y parecían malhumoradas y ateridas, y no se fijaron en la niña. Hay un lugar en el bosque, donde el atardecer, que esconde su oro, temeroso como un avaro detrás de la próxima montaña, permanece vacilante como si no pudiese separarse de la hermosa tierra.