El Vltava atravesado por el Karlův most (Puente de Carlos). Al otro lado del río, el
barrio de la Malá Strana, y al fondo en lo alto, Hradčany (el Castillo de Praga). |
«Regresé a la
ciudad por el puente de Carlos, pero no arrojé la moneda al Vltava, cuyas aguas
centelleaban por efectos de la luz de los fanales encendidos. Anochecía y el
paisaje se transformaba sumergiendo la ciudad en la sombra y el silencio. De
noche, la Staré Město
es lúgubre y desvalida. Me volví de
cara al Hradčany, que estaba iluminado en bloque como en las grandes ocasiones.
La iluminación emergía desde los jardines que rodean el vasto recinto. El
espectáculo era de gran ópera rusa, grandioso y trágico. El cono de la mazmorra de Dalibor se
destacaba nítidamente al extremo del flanco derecho. A la izquierda, las
cúpulas de la iglesia de San Nicolás me parecieron más bellas que las de la
catedral de San Vito, que lo dominaban todo, incluso los edificios del poder
político. La imagen era intimidadora. Simbolizaba todo lo que yo había
combatido en mi vida.
Sentí un
escalofrío de miedo o de rechazo. Tuve la sensación de que nunca volvería a
Praga, la certeza de que jamás la olvidaría».
(PÀMIES, Teresa.
Praga. Barcelona: Destino, 1987, p. 196).
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