«En la última tienda Elisabeth compró con
sus kreuzer algunas velitas, una larga cadena de oropel de colores,
cerillas y un enorme corazón de pan de especias. Cargada con esos tesoros
siguió corriendo al bosque donde sólo se cruzó con algunas personas que
buscaban ramas secas al lado del camino y parecían malhumoradas y ateridas, y
no se fijaron en la niña. Hay un lugar en el bosque, donde el
atardecer, que esconde su oro, temeroso como un avaro detrás de la próxima
montaña, permanece vacilante como si no pudiese separarse de la hermosa tierra.
Allí crecen flores de largos tallos que balancean su esplendor al viento que
expira, como los niños que agitan sus pañuelos diciendo adiós al padre que
parte. Así es en verano. Pero también en mitad del invierno, cuando al
atardecer prematuramente cansado arrastra sus plantas rojas por la nieve
centelleante, descansa allí y besa con su último ardor incandescente a la
antigua Virgen del camino que habita sobre una columna de piedra desgastada y
la Virgen le sonríe en su solitaria melancolía.
Ése era el lugar preferido de la pequeña
Elisabeth».
(RILKE, Rainer Maria. A lo largo de la vida: historias cortas y apuntes. 2ª ed. Barcelona: Alba Editorial, 1999, p. 90-91).
En las historias cortas y apuntes
de A lo largo de la vida (1898), primer libro de narraciones de Rilke, y
publicado por primera vez en español en 1999 –un siglo después–, lo trágico
está detrás de lo anodino, y en la capacidad de revelarlo, y de superar con
ello los estrechos márgenes de una existencia acomodaticia, parece cifrarse el
sentido de una experiencia poética de la realidad. Tal es la percepción que
inspira estos relatos, escritos a veces con humor, a veces con melancolía, pero
siempre con la sagrada confianza de un poeta en el poder transfigurador de la
palabra.
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