Festival
de las Linternas Flotantes – Isla de Honolulu (Hawai)
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«Escribir
es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un
aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que,
precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento
de relaciones entre ellas.
Pero es
una soledad que necesita ser defendida, que es lo mismo que necesitar de
justificación. El escritor defiende su soledad, mostrando lo que en ella y
únicamente en ella, encuentra.
Habiendo
un hablar, ¿por qué el escribir? Pero lo inmediato, lo que brota de nuestra
espontaneidad, es algo de lo que íntegramente no nos hacemos responsables,
porque no brota de la totalidad íntegra de nuestra persona; es una reacción
siempre urgente, apremiante. Hablamos porque algo nos apremia y el apremio
llega de fuera, de una trampa en que las circunstancias pretenden cazarnos, y
la palabra nos libra de ella. Por la palabra nos hacemos libres, libres del
momento, de la circunstancia asediante e instantánea. Pero la palabra no nos
recoge, ni por tanto, nos crea y, por el contrario, el mucho uso de ella
produce siempre una disgregación; vencemos por la palabra al momento y luego
somos vencidos por él, por la sucesión de ellos que van llevándose nuestro
ataque sin dejarnos responder. Es una continua victoria que, al fin, se
transmuta en derrota».
(ZAMBRANO, María. Hacia un saber sobre el alma. 2ª ed.
Madrid: Alianza Editorial, 1987, p. 31-32).
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